La mentalidad competitiva dificulta entender que algunas personas ganan cuando dan, donan, regalan. Eso es ganar para ellas.
Les cuento una interpretación de mi analista que podría ser cierta o totalmente falsa (esto último me lo sugirió en confianza un amigo psicoanalista).
Conocí a una mujer que no es Miss Universo pero que a mí me llamó la atención cuando viajaba en un ómnibus casi vacío y al subir vino a sentarse al lado mío.
Viajamos un buen trecho y mi cabeza volaba llena de conjeturas, la mayoría de las cuales eran optimistas porque era obvio que ella gustaba de mi apariencia o por lo menos no le resultaba desagradable.
Aunque no acostumbro entablar conversación con desconocidos, esta vez hice la excepción y al mirarla para decirle qué orgulloso me sentía de que hubiera elegido mi asiento en lugar de cualquier otro, me di cuenta, me pareció o creí que era hermosa.
Les ahorro los pormenores. Dos días después ella se quedó a dormir una noche, otra, otra... un día hizo lo que nadie: cuando llegué de trabajar me esperó radiante, muy excitada sexualmente, casi me rogó para hacerme una fellatio, tragó el semen y continuó siendo infinitamente agradable.
Como al mes, comencé a razonar: «Esta mujer me está dando demasiado. ¿Qué estoy perdiendo? ¿Con qué pedido me va a salir? ¿Qué deuda estoy contrayendo?»
Empecé a sentirme cada vez peor con sus halagos hasta que le propuse y creo que le exigí interrumpir la relación.
Devastado, lloré amargamente en el diván y la analista me dijo: «Tu eres muy competitivo. Tu vida es el fútbol. No puedes imaginar otra cosa que cuando uno gana otro pierde y —peor aún— el que pierde busca la revancha. No puedes imaginar que ella gana tan sólo dando».
Ahora no sé qué hacer.
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9 comentarios:
Algunas personas ganan cuando dan porque es en esa actitud altrurista de dar, que se perciben bellas, más cercanas a lo que desearían ser.
Se puede ganar sin que el otro tenga que perder. Más aún, logrando que el otro también gane. Eso es cierto en muchos ámbitos - no en el de la lógica capitalista -en eso estamos de acuerdo.
A veces uno gana y el otro pierde, sencillamente prorque el que gana no tiene nada que perder, mientras que el otro puede estar jugándose la vida.
El protagonista de este relato con un final tan triste es el miedo. Qué deuda se está contrayendo? Qué se está perdiendo? Qué se va a pedir a cambio? Estas preguntas corresponden al miedo al abuso.
Imaginemos una madre que siempre nos recuerda todo lo que se sacrificó por nosotros, que nos obligó a perder buena parte de nuestra niñez y nuestra juventud para dedicárselas a ella, ya sea acompañándola, siendo sumiso a todos sus pedidos o tolerando las normas injustas que imponía. Una madre así, en definitiva lo que le pide al hijo/a es que le done su vida. La mayoría de los niños no se enganchan en exigencias de este tipo. No encuentran goce en un vínculo así, y se corren. Más aún cuando hablamos de parejas adultas, en general no prosperan, salvo cuando el partener, por su historia de vida anterior quedó anudado a un vínculo de este tipo y por la tanto inconscientemente intenta repetirlo.
Podríamos decir que la madre del ejemplo es una madre que tiene una estructura psicológica perversa. Las personas que se han estructurado así, cosifican al otro, lo ven como un objeto al cual usan. Esa es la única forma de vincularse que son capaces de desarrollar.
Pero fuera de estos vínculos patológicos, se puede dar y recibir sin mayores problemas.
Mi analista no tiene diván. Y yo odio llorar en una incómoda silla. Más siendo que él se sienta en una confortable bergere de terciopelo verde.
Las mujeres que somos madres vivimos de manera incontrastable, la experiencia de que dar genera amor. La madre que le da el pecho a su hijo, recibe el agradecimiento del pequeño: comienza a reconocerla por su olor y se tranquiliza, se duerme en sus brazos, sonríe cuando lo alza. Luego, alrededor de los dos añitos, comienza a ponerle palabras a todos esos sentimientos. Sentimientos que se generaron en el acto de dar de la madre. De dar alimento, abrigo, protección, besos y caricias.
Las mujeres sabemos muy bien que dar es algo simple y gratificante. Que el amor genera amor. Y que eso es impagable.
Conocí a Miss Argentina viajando en un colectivo que salía de Eseiza. Se ve que andar en colectivo no le gustaba, porque aunque yo le apliqué la matadora, ella ni se inmutó.
A mí me llamó la atención un hombre que en un ómnibus vacío se sentó al lado mío, me aplicó una punta en la cintura y exigió que le entregara toda la plata.
Subí al 582-Peñarol, a una cuadra de la terminal en Punta Carretas. Era el único pasajero. Todas las ventanas del bus estaban abiertas, supongo que para ventilar la unidad. Apenas habíamos avanzado dos cuadras cuando se largó un chaparrón de aquellos, justo antes de llegar a la cárcel shopping. Ahí subió un montón de gente, pero el problema era que casi todos los asientos estaban mojados. Salvo el asiento de mi acompañante, porque yo, naturalmente había cerrado mi ventana. Supongo que sólo por ese motivo fue que una muchacha preciosa se sentó a mi lado. Ese día yo estaba como más lanzado, más audaz. Tomé un pedacito de papel que arranqué de la cuadernola y escribí mi nombre y número de teléfono. Cuando fui a bajar, hice una bolita con el papelito y se lo solté en la falda. No sé que le pasó a la mina porque dio un respingo, se levantó del asiento, empezó a mirar deseperada el piso y al final gritó "una araña! una araña! maten esa araña blanca!"
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