El delincuente es socialmente incurable. Jamás permitiremos que deje de serlo.
Aplicamos todo nuestro ingenio para lograr que los niños sean juiciosos, hábiles, prudentes, estudiosos y dejen de molestarnos, con sus travesuras y con todo lo que consumen del presupuesto familiar.
Los contenidos predominantes de nuestra memoria remota refieren a nuestra inocencia, fiestas y paseos pero si evocamos algunos inconvenientes, tienen por responsables a la intolerancia de los adultos.
Quienes hoy somos padres, llegamos a conocer los cuentos infantiles para entretenernos, calmarnos o convocar el sueño.
Entre los más populares está El pastor mentiroso, también llamado Pedro y el lobo.
Por si ustedes lo conocen con otro nombre, refiere a un niño que, para divertirse, pidió auxilio como si sus ovejas corrieran el peligro de ser comidas por un lobo. A la tercera falsa alarma ya nadie concurrió en su ayuda, ni siquiera cuando un lobo verdadero hizo estragos en su pequeño rebaño.
Quienes recibimos este relato tan lleno de enseñanzas, seguramente captamos que es mejor no mentir, o, al menos, no mentir por diversión.
Sin embargo aprendimos algo mucho más importante: Una vez que alguien es declarado mentiroso, ya nunca más volveremos a creerle.
Un refrán acude en nuestra ayuda para rubricar esta afirmación: «Hazte fama y échate a dormir».
Los diagnósticos populares, los rótulos, la fama, quedan asociados a cada uno como si formaran parte del nombre, apellido y documento identificatorio.
Hasta cierto punto, una mala fama podría evitarse emigrando.
Si no dramatizamos la situación, estos no dejan de ser problemas personales. Un pequeño grupo de ciudadanos tiene la mala suerte de perder la confianza definitivamente.
Pero, ¿cómo resolvemos nuestro problema de inseguridad ciudadana quienes rebautizamos irreversiblemente a los delincuentes?
Lo resolvemos, adaptándonos al nuevo hábitat que incluye delincuentes irreversiblemente ... o emigrando.
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11 comentarios:
Pensando estrictamente en uno mismo, lo mejor es emigrar buscando el clima cálido, el cambio más favorable, la gente sin prejuicios hacia tu persona, la curiosidad que despierta el forastero, la posibilidad de inventarte cada vez una vida distinta. Pero todo esto no es más que fantasía, porque tenemos arraigo, afectos, historia, y eso nos ata a la gente y los lugares que hicimos propios.
Nos pasa muy a menudo que no aceptamos todo aquello que no se puede cambiar. Esa es una de las primeras cosas que intentamos aprender en A.A.
Tenemos que aprovechar la facilidad que nos brinda nuestro instinto; me refiero a la capacidad de adaptación.
Hay que diferenciar bien entre adaptarse y resignarse.
Hay que diferenciar bien entre adaptarse y resignarse.
Sabemos que muchos se pueden rehabilitar, sin embargo nos gusta enojarnos y decir que no tienen vuelta y por eso hay que matarlos a todos.
Nosotros meta rebautizar y el país se nos vacía.
A algunos les alcanza con tener fama. No importa de qué tipo sea.
Víctimas y victimarios pueden perder la confianza definitivamente.
Guardemos la esperanza de que ambos grupos no se reencuentren en el exilio.
Vivo en un país de remolones. Primero se echan a dormir y luego dejan para hacerse la fama a partir del lunes.
Aprendimos a creerte
desde la mágica infancia
donde el sol de tu bravura
casi me rompe los dientes.
Y aquí se queda el miedo
el del indio inocente
el que fue insolente
y apenas un pequeño niño.
Con tus palabras mi padre
revivías a los muertos
hacías ver a los ciegos
y hoy vendés esa sonrisa.
Tu amor egoísta y arbitrario
nos conduce al problema
de encontrar la manera
de vivir sin tu presencia.
(leer con la música de la canción Comandante Che Guevara)
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