No hace mucho me casé con Lupe, una mujer que conocí cuando visité México y que deseó venirse conmigo.
Lo primero que pactamos, es que ninguno de los dos tendría relaciones sexuales con otras personas.
También nos pusimos de acuerdo en que ella se encargaría de hacer la comida diariamente y que yo sería el responsable de que no le falte ningún insumo para prepararla (ingredientes, combustibles, utensilios, etc.).
También agregamos algunas cláusulas referida a la participación de mi familia en nuestra vida conyugal.
Ella no tiene parientes en Argentina, mientras que yo, entre hermanos, primos, cuñados y sobrinos, sumamos más de treinta personas.
Teniendo en cuenta la diferencia de nuestras situaciones familiares y de nuestros temperamentos sociales, nos pusimos de acuerdo en que me encargaré de que mis parientes no invadan nuestra casa.
Todo estuvo bien hasta que ella dejó de tener en cuenta que no soporto la cantidad de picantes que los mexicanos le agregan a la comida.
Comenzaron las discusiones porque ella dice que no es para tanto, que no puede estar preparando dos menús diarios, que la comida sin picantes le resulta sólo adecuada para un sanatorio, que mientras no estemos enfermos, no tenemos por qué privarnos de los placeres de la buena mesa.
No pude hacerla entrar en razones, hasta que mi cuñado —mi pariente más perspicaz en problemas de pareja—, me dijo: «Comprate la comida en alguna rotisería de tu barrio o encargala por teléfono para que te la traigan, ¿por qué tendrías que comer lo que no te gusta?».
Seguí este consejo, pero no pensé que al decírselo ella se disgustara tanto. Se enojó mucho y no me habló por varios días.
Luego empezó a llegar tarde en la noche y dejó de comer conmigo.
Mi cuñado dijo con picardía: «¡Ja! Está comiendo fuera de casa».
Nota: En varios países hispanos, coger significa fornicar. Es posible que esta señora interpretara que su marido no quería comer más su comida como que no quería coger más con ella, sino con otras. Su enojo es adecuado en quien se siente traicionado. El cuñado irónico, pudo intuir que la señora, por despecho, decidió «pagarle a su marido con la misma moneda», esto es, teniendo un amante.
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9 comentarios:
Nadie cocina mejor que mi madre.
La comida sin picantes enfría el alma.
En mi barrio
bueno sería
que hubiera
una rotisería.
Como mal,
como poco
y termino
con enojo.
Es horrible,
quién diría!
que mi marido
trabaja
en una marisquería.
En casa no entra nadie sin la contraseña.
Yo cocino una vez por semana y guardo en el freezer. Cada cual se descongela lo que quiere, cuando quiere. Eso sí, después se hace responsable de comer lo que calienta.
Oigo hablar de pactos de recién casados y me aterra.
Si como en casa mi mujer se enoja porque tiene que cocinar, y si como fuera, porque no la invité.
Me siento privilegiada, siempre como lo que me gusta.
Olvidaron pactar que siempre comerían juntos.
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