Un querido amigo, luego de no comunicarnos por más de seis meses —aunque no habernos saludado “El día del amigo”, me indicaba que, o estaba muerto o el vínculo continuaba firme—, me llamó.
Una hija suya, la mayor —de la cual conozco su historia desde que le presté el dinero para abortarla y que luego me devolvió porque con su novia se arrepintieron—, estaba con problemas que un psicoanalista puede atender.
Otro buen indicio de que nuestra amistad no había decaído, es que fue directo al punto, y que luego de averiguar lo que le interesaba en primer lugar, me preguntó cómo andaban mis cosas.
Le conté que estaba saliendo de un año sabático que había dedicado a estudiar un asunto por encargo de una organización multinacional, así que Nora sería mi primer paciente después de meses.
Me llamaron poderosamente la atención «sus ojos», enormes, protegidos por unas pestañas que parecían la guardia de seguridad de alguien muy envidiado.
Al saludarme, lo hizo con la boca (las mujeres suelen hacerlo apoyando la mejilla) y agregando un sonoro «mmmuá», como si nos conociéramos de toda la vida.
¿El padre se lo habría descripto? ¿Será conocida de algún otro paciente? ¿Cómo hizo para llegar al consultorio en una casona tan llena de puertas, patios y pasadizos?
Tengo amores turbulentos que me arruinan la existencia —dijo, como aperitivo.
Tenés cara de niño pícaro. Eso enternece a algunas mujeres —continuó.
Para agregar consistencia a sus dichos, instaló un pesado silencio, mientras «sus ojos» recorrían la habitación en las tres dimensiones.
Finalmente, sonrió, me miró, levantó las cejas como preguntándome ¿qué pensás?, me guiñó un ojo como una experta prostituta de elevados honorarios, y dijo:
— No creo que me sirvas como terapeuta porque sos menos inteligente, astuto y maligno que yo. Y continuó: — Bueno, me voy. No perdamos el tiempo.
Se puso de pie, me tomó por la nuca para despedirse con su estilo audio-labial y comenzó a salir.
Cuando le abrí la puerta de calle me dijo: — No te pregunto por lo honorarios porque ahora sabés más de vos que yo de mí. Cuidate!
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9 comentarios:
Intachable la conducta del psicoanalista.
Qué agrandada la mina!
Si yo tuviese amores turbulentos que me arruinaran la existencia, seguiría arruinándome hasta las últimas consecuencias.
Cuando dijo que las pestañas parecían la guardia de seguridad, enseguida me imaginé a los coraceros. Se imagina! Abrir los ojos con 50 coraceros colgados de cada párpado.
Nada más deprimente que un año domingático.
En el caso de que Nora sepa por qué nació, es natural que esté buscando en forma permanente, a todo aquel que le permita reasegurarse de que es amada.
Ud atiende en el castillo Pitamiglio?
Yo le puedo limpiar la quinta dimensión de todas sus habitaciones. No lo tome a la ligera. Seguro que esa chica dejó sombras turbulentas.
De paso también puedo plantarle algunas lechugas (en la quinta, se entiende).
Lo que arruina la existencia, puede que no afecte tu esencia.
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