martes, 30 de abril de 2013

La mezquindad y la buena salud




Podemos decir que las personas fuertes, equilibradas, normales, son mezquinas, proclives a la indiferencia, mínimamente comedidas y colaboradoras. Están sanas.

Podríamos plantear la hipótesis de que la bondad es un mecanismo de defensa generado por las personas que son o se sienten débiles.

La percepción subjetiva de debilidad es en sí misma  una debilidad.

Si bien pensamos que algunas personas se hacen las enfermas para pasarla mejor, para recibir apoyo, para lograr que los demás sean especialmente considerados, es prudente suponer que las personas que se hacen las enfermas están en realidad enfermas, aunque preferirían no asumirlo plenamente y por eso se autoengañan pensando que encontraron la forma de aprovecharse de la condescendencia de los demás.

En otras palabras, quienes se hacen los enfermos están enfermos pero internamente creen estar actuando con picardía, haciendo una travesura y en casos muy extremos, también una fechoría.

Este último caso es muy frecuente entre los empleados del Estado porque la irresponsabilidad de quienes administran esos patrimonios que, al ser de todos parecen no tener dueño, hace que sea fácil faltar muy a menudo gracias a una certificación médica provista por un profesional igualmente irresponsable de sus deberes.

Decía al comienzo que la bondad, que culturalmente consideramos como una virtud, podría ser un mecanismo de defensa, es decir una conducta, una forma de actuar que tiene por objetivo compensar una carencia, evitar algo que provoca temor, negar algo que de ser aceptado generaría mucha angustia.

La hipótesis que planteo sugiere que los bondadosos son en realidad débiles que simulando una bondad que no sienten sino que representan (teatralizan), inspira en los demás sentimientos positivos que calman la angustia generada por la debilidad.

Al revés, podemos decir que las personas fuertes, equilibradas, normales, son mezquinas, proclives a la indiferencia, mínimamente comedidas y colaboradoras. Están sanos.

(Este es el Artículo Nº 1.883)

lunes, 29 de abril de 2013

Una contradicción cultural y la delincuencia


Con el demonizador título de «Enemigo Público Número Uno» nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a los peores delincuentes.

Aunque suene insólito, en el fondo más reservado de nuestra psiquis sentimos que más prestigioso que el Premio Nobel o que el Oscar, es ser «Enemigo público número uno».

Esa condecoración le fue otorgada por primera vez al legendario mafioso Al Capone en 1930, cuando en una lucha con su competidor ametralló contra un muro a siete personas.

A cualquier psicoanalista se le llena la cabeza de infinitas interpretaciones al saber que esa masacre ocurrió un Día de San Valentín (día de los enamorados para los anglosajones).

84 años después de aquella consagración que los gobernantes de Chicago le concedieron a Al Capone, nuevamente elevan al podio de los peores al narcotraficante mexicano Joaquín «El Chapo» Guzmán.

Quizá para conservar la proporcionalidad con la creciente población mundial, este delincuente ha matado a miles de personas, en forma de daños colaterales a la importación de cientos de toneladas de marihuana, cocaína, anfetaminas y heroína.

Nuestras mentes aman las competencias, las luchas, los enfrentamientos, sin importar que sean verdaderos o virtuales.

Me rectifico: si las muertes son verdaderas las preferimos a las ficticias.

Esas toneladas de estupefacientes que entran a Estados Unidos atienden pedido concretos de ciudadanos consumidores que trabajan honestamente para tener dinero y comprar sustancias que exciten su cerebro placenteramente.

La divertida competencia se produce porque a unos cuantos gobernantes se les ocurre oponerse a que esos ciudadanos consumidores que trabajan honestamente hagan con sus vidas lo que les dé la gana.

La prohibición aumenta el interés, la demanda, los precios, el lucro y el interés por participar en el negocio del tráfico ilegal.

Nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a los peores delincuentes.

(Este es el Artículo Nº 1.882)


domingo, 28 de abril de 2013

Mariana gana perdiendo




Cuando Mariana tenía doce años era popular entre sus compañeros de colegio porque nadie le había ganado en carreras de cien metros.

Ella estaba muy orgullosa de ser especialmente amada por todos y, por qué no reconocerlo, también sentía un plus de goce imaginando que algunas compañeras, con cabelleras más hermosa, con senos muy vistosos y muy solicitadas por los chicos para bailar, envidiaban la velocidad de las piernas de Mariana.

Cierta vez, en una competencia realizada entre varios colegios del barrio, Mariana, por primera vez, fue vencida por otra niña, de la misma edad pero un poquito más alta, muy delgada y afrodescendiente.

Los compañeros de Mariana intentaron alentarla disimulando la bronca que sentían por haber perdido el trofeo. El sacerdote que los lideraba también la consoló hipócritamente.

Ella nunca hubiera imaginado que eso era fracasar. Jamás había sentido tanto dolor imposible de explicar e imposible de calmar hablándolo con la almohada o escribiéndolo en el diario íntimo.

No podía dormir, lloraba, sentía dolor en el estómago, encendía la luz y se miraba las piernas pensando que en ellas estaría la explicación de algo tan insólito.

En las primeras horas de la madrugada imaginó una escena maravillosa.

Los familiares de la ganadora estaban reunidos a la hora de cenar. Padres, hermanos, abuelos, tíos. Una mesa larga. Cuando todos ya tenían servido su plato de comida, el padre los invitó a rezar como era tradición. Comenzó por agradecer a Dios el plato de comida que tenían delante y para terminar mencionó la carrera que había ganado su hija allí presente. El hombre le agradeció a Dios que existiera una persona como Mariana, que a pesar de ser la mejor de todas, que a pesar de tener las piernas más veloces, también tenía la bondad de cederle el primer lugar a su hija, que nunca había ganado una carrera y que a partir de ahora sentiría más confianza en sí misma para convertirse en una mujer feliz... gracias a la generosidad de Mariana. «¡Que Dios Bendiga a Mariana!», dijeron a coro los comensales compartiendo las lágrimas del padre.

Esta imagen provocó una incontenible felicidad en la joven que no podía dormir, sumiéndola en un sueño profundo y reparador.

Como corresponde a una chica inteligente, que aprovecha las oportunidades que le ofrece la vida, nunca más quiso ganar una carrera y dedicó toda su vida a fracasar para cederle a otras personas y a sus familias el placer de tener un hijo exitoso, segura de que en todas las cenas familiares alabarían el nombre de Mariana ..., con lo cual recibiría una gratificación superior a  cualquier otra.

(Este es el Artículo Nº 1.881)

sábado, 27 de abril de 2013

No ganan los buenos sino los fuertes



 
La Primera y la Segunda Guerra Mundial no fueron ganadas por los más buenos sino por los más fuertes.

En la primera mitad del siglo 20 Europa estuvo conmocionada por dos grandes guerras que pusieron en peligro valores muy importante para nuestra especie, sobre todo la vida de millones de personas.

Hubo líderes políticos y militares tan influyentes que aún hoy conservan su mala fama: Adolf Hitler y Benito Mussolini.

Después que terminó la Segunda Guerra Mundial, para todos quedó claro quiénes eran los ganadores pero hasta que eso no ocurrió, nadie sabía qué le deparaba el futuro.

Si Hitler y Mussolini hubieran ganado la contienda el mundo hoy sería otro y en vez de condenarlos furiosamente como hacemos, estaríamos llenando de oprobio a los perdedores.

Todos los grandes personajes que tomaron partido a favor de los que terminaron derrotados también fueron perdedores y por eso hoy no los recordamos, sus logros cayeron en el olvido, sus valiosos aportes tomaron fuego junto con el fracaso de sus autores.

La inmadurez emocional de los humanos nos hace funcionar como niños malhumorados, belicosos, hiperactivos, incontinentes, necios.

Quizá algún día reconozcamos que el peor error del nazismo (liderado por Hitler) y del fascismo (liderado por Mussolini) provino de que fueron vencidos por una cooperativa de ejércitos de varios países (los Aliados).

Esta sumatoria de fuerzas terminaron con las ambiciones imperialistas de los dos grandes líderes, pero no ganaron porque tenían razón, ni eran más inteligentes, ni estaban iluminados por algún ser superior, ganaron porque lograron sumar más fuerza, más violencia, más poder de fuego.

Ambos bandos están compuestos por lo mejor y lo peor de nuestra especie y es nuestra necedad infantil la que nos hace creer que ganaron los buenos y perdieron los malos. No: ganaron los fuertes y perdieron los débiles.

(Este es el Artículo Nº 1.880)

viernes, 26 de abril de 2013

El cine pedagógico y entretenido



Quien se irrita con la conducta de otro en realidad se enoja con los defectos propios proyectados en el censurado.

Días pasados, en un video que complementa el artículo titulado Nuestro representante James Bond (1), les decía que prefiero estudiar al ser humano mirando películas en vez de entenderlo leyendo libros. Estos suelen aburrirme, y peor aún, suelen darme las ideas digeridas por el autor; las películas, sin embargo, nos muestran situaciones que los amantes del cine y del psicoanálisis utilizamos para hacernos de cuenta que estamos en una sesión de análisis escuchando y viendo a los consultantes más fascinantes (los personajes de cada film).

Hace más de 30 años quedé hechizado con una serie de tres películas sobre las aventuras de un mestizo domador de potros norteamericano llamado Billy Jack (2).

Este héroe bueno, fuerte, justiciero, defensor de los débiles y especialista en ayudar a los eternos fracasados, cierta vez dialogó con el anciano sabio de una tribu.

Billy Jack — ¿Cómo puedo yo llegar a conocer mi lado malvado, abuelo?

Abuelo indio — Por las cosas en otros que hacen enojarte. Doquiera que te molestas por algo o alguien, es debido a que esa cualidad que te altera realmente existe en ti. Siempre es más fácil ver el mal en otra persona. Y al tratar de cambiar a esa otra persona, crees que te estás deshaciendo de tu propio mal, de tu propia sombra. Se requiere de una valentía sobrehumana para ver que esta falta realmente existe en ti, que lo que realmente estás odiando y tratando de cambiar es una cualidad de ti mismo.

Durante mucho tiempo creí que los indios realmente poseían esa sapiencia, pero luego, golpeado por la vida, comencé a pensar que en realidad era el libretista quien había estudiado psicoanálisis..., pero esa película me educó.

(Este es el Artículo Nº 1.879)