lunes, 30 de abril de 2012

Obligación, homosexualidad y culpa



La «obligación» es la percepción subjetiva de cumplir con nuestra única misión: conservar la especie.

¿Qué es una obligación? Una obligación es el registro (sentimiento, reconocimiento) subjetivo que tenemos los humanos cuando actuamos «obligados» por las fuerzas naturales.

Por ejemplo, tenemos el impulso natural a defender nuestra vida aunque le cueste la vida a nuestro atacante, es decir, «tenemos la obligación de conservar nuestra vida».

¿Cómo llega a ocurrir todo esto? El instinto de conservación, los reflejos neuromusculares propios de nuestra anátomo-fisiología, actuarán automáticamente con el desenlace previsto: mataremos a quien intente matarnos, nuestra naturaleza le quitará la vida a quien intente matarnos porque no podemos evitar protegernos. Estamos «obligados» a conservar nuestra existencia.

La misma energía que aplicamos para no suicidarnos, a pesar de tener fantasías con ese tema, es la que aplicamos para no ser matados por otros.

Una vez que el hecho tomó estado público y somos llevados ante un juez, este dictaminará que las circunstancias nos impusieron la obligación de matar al agresor en legítima defensa.

No es el juez en realidad quien sentenció que teníamos la obligación de conservar nuestra vida, sino que el juez repitió como propia lo que es una condición natural, esto es, la obligación de cumplir con la única misión  (1) de conservar la especie (individual y colectivamente).

Donde este punto de vista nos trae particulares complicaciones es con nuestros normales deseos homosexuales.

Observen que mujeres y varones aprendemos a amar a nuestra madre.

Las mujeres, es decir, quienes realizan el 90% del fenómeno reproductivo (2), tienen un fuerte deseo homosexual porque aman y desean a la mujer-madre.

El sentimiento de culpa, tan presente y enérgico en el sexo femenino, puede estar provocado porque ellas desearían practicar la homosexualidad para lo cual tendrían que abandonar la obligación de conservar la especie (reproducirse).


 
(Este es el Artículo Nº 1.558)

domingo, 29 de abril de 2012

Mis madres


A medida que se sucedían las internaciones de papá en el establecimiento penitenciario, demoraba más tiempo en salir.

Él era un hombre flaco, alto, con el pecho hundido como si fuera asmático (sin serlo), cabello totalmente blanco, orejas enormes muy pegadas al cráneo, labios casi invisibles y ojos grandes, marrones, tristes, ... muy tristes y expresivos. Al menos para mí.

Por este motivo es que era yo, su hijo mayor, el encargado de ir a visitarlo, llevarle comida, ropa, medicamentos, libros, baterías para la radio.

Nos sentábamos frente a frente en la sala para recibir visitas, cada uno tomaba el auricular y casi no hablábamos. Nos mirábamos. Yo le sentía la respiración y lo miraba.

Su mirada a veces se concentraba en mis ojos y otras veces perdía convergencia para mirar detrás de mí.

Cuando el guardia daba por terminado el tiempo de visita, yo me iba más sabio de lo que había llegado porque nuestra comunicación me había enriquecido con lo que yo necesitaba saber.

Vivíamos en el campo y cuando no estaba encarcelado, pasaba todo el día en el laboratorio, haciendo experimentos con mamíferos.

Cada tanto llegaba un camión refrigerado enorme para que unos obreros totalmente vestidos con túnicas blancas, le cargaran cajas muy pesadas.

Otras veces llegaba un ómnibus con vidrios oscuros. En este caso, unos guardias desconocidos para mí, formaban un círculo que impedía la aproximación.

Algunas veces sentí el brevísimo llanto de un niño pequeño, lo cual me ponía muy nervioso y me quitaba el sueño por semanas.

Otras veces venía la policía y se lo llevaba para un nuevo juicio y reclusión.

Fue una vida muy extraña sólo para mí, porque mis 23 hermanos se divertían con todo tipo de juegos. Yo no participaba por ser el mayor y a quien papá le había prometido dejarle todos los secretos de sus investigaciones biológicas.

En una de las visitas a la cárcel y ya casi al final de la muda «conversación», me dijo:

— Cuando salga de acá empezaré a enseñarte lo que te había prometido. Aprenderás a usar vacas como vientres de alquiler para embriones humanos. La que te gestó ya no está.

(Este es el Artículo Nº 1.557)

sábado, 28 de abril de 2012

Las redes sociales y la tolerancia innecesaria



Las redes sociales hacen innecesaria la tolerancia hacia quienes no comparten nuestras preferencias.

A medida que avanza la tecnología, los humanos vivimos más y mejor, porque aumenta nuestra longevidad y tenemos más comodidades.

Seguramente estos beneficios no son gratuitos:

— La longevidad envejece la población mundial y deteriora la conservación de la especie;

— Las modernas tecnologías atrofian algunas funcionalidades orgánicas que dejaron de ser imprescindibles:

—— el esfuerzo físico (que ahora hacen las máquinas);

—— la tolerancia a la incertidumbre (porque ahora el futuro es más previsible gracias a los seguros y otras formas de previsión);

—— la tolerancia a la frustración (porque podemos satisfacer más necesidades y deseos que antes).

Ahora ingreso al motivo de este artículo.

Los humanos somos animales gregarios: no podemos vivir solos, aislados. Siempre tenemos que pertenecer a alguna comunidad por pequeña que esta sea.

Como todos somos diferentes, tenemos distintos gustos y sobre todo, diferentes formas de entender qué está bien y qué está mal, la integración a una comunidad nos exige un cierto esfuerzo de adaptación a los criterios dominantes (ética, creencias, ritos, tradiciones, leyes).

Para poder satisfacer nuestro instinto gregario tenemos que hacer concesiones, soportar frustraciones, obedecer y también realizar tareas de vigilancia para que otros respeten los códigos de convivencia.

Vivir con gente diferente demanda un esfuerzo, fundamentalmente de tolerancia.

La modernidad nos a «obsequiado» las redes sociales, que vienen a resolver nuestro instinto gregario de otra forma mucho más sencilla, menos esforzada, con la comodidad mencionada al principio.

Ahora ya no es tan necesario hacer el esfuerzo de ser tolerantes pues en las redes sociales sólo nos reunimos con quienes comparten nuestros códigos (criterios, creencias, gustos) y tomamos distancia de quienes no los comparten.

En suma: Las redes sociales hacen innecesaria la tolerancia hacia quienes podemos apartar de nuestras vidas si tienen otras preferencias.

(Este es el Artículo Nº 1.556)

viernes, 27 de abril de 2012

Los inconvenientes de la sabiduría



Los beneficios de «saber» (adquirir conocimientos) son parciales pues debemos enterarnos de que también tiene contraindicaciones (inconvenientes).

Decimos con mucha convicción que «El saber no ocupa lugar» queriendo significar que «estudiar no tiene límites», que «no hay impedimentos físicos para saberlo todo», que «la ignorancia no está objetivamente justificada».

Es tan fuerte esta convicción que ni se nos ocurre averiguar qué efectos secundarios indeseables tiene «saber».

Una lejana mención respetable a esta duda se remonta al Antiguo Testamento (Libro del Génesis - Biblia) donde, haciendo mención al Jardín del Edén se nos cuenta que Dios le habría prohibido a Adán y Eva comer los frutos del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.

Como los muy desobedientes comieron esos frutos prohibidos, Dios los expulsó del Paraíso, no para castigarlos sino por temor a que también comieran del Árbol de la Vida y esos humanos se convirtieran en dioses.

Otra lejana mención respetable a las consecuencias indeseables de «saber» podemos hallarla en el mito de la Caja de Pandora.

Según cuenta esta leyenda, la mencionada diosa recibió el encargo de trasladar un ánfora de un lugar a otro, con la expresa recomendación de que la conservara cerrada. Como ella no pudo controlar su deseo de saber, la abrió y se esparcieron todas las enfermedades que aún nos afectan.

La curiosidad es una expresión de angustia.

Queremos saber por temor a lo desconocido. Buscamos las causas de lo que nos afecta suponiendo que mientras estas causas sean desconocidas no podremos atacarlas para destruirlas y terminar con el malestar que nos preocupa, al que suponemos ser el comienzo de lo que terminará matándonos.

Es el inevitable temor al dolor y a la muerte lo que estimula nuestra curiosidad y nos «obliga» a conocer hasta lo que no desearíamos saber.

(Este es el Artículo Nº 1.555)

jueves, 26 de abril de 2012

La belleza del hermafrodita excitado



Existe la posibilidad de que nuestro modelo de belleza ideal sea el de una mujer con pene erecto.

¿Cuál es el modelo de belleza? Nuestro cerebro, ¿qué formas, proporciones y colores encuentra más hermosos?

Parecería ser que lo más bello para nuestro cerebro es el cuerpo del ser humano.

Esta aseveración tendría un fundamento importante: narcisísticamente nuestro cerebro percibe que nada es más bello que nuestra especie.

Parecería ser que de los cuerpos humanos, el femenino es más bello que el del varón.

Esta aseveración tendría un fundamento importante: la mujer es más hermosa que el hombre simplemente porque nacimos de una mujer y fue ella la que nos enseñó sobre el erotismo dándonos de comer (¡con su cuerpo!), nos higienizaba, abrigaba, acunaba.

Hasta acá una mayoría de ustedes podría acompañarme porque tradicionalmente se ha dicho que la mujer es hermosa mientras que el hombre es más atractivo si es varonil, lo cual implica decir que debería ser poco femenino, lo cual implica decir que debería ser feo.

Lo que deseo comentarles es que quizá existe en los humanos un modelo de perfección que se volvió inconsciente porque es inconfesable.

Este modelo es el de una mujer dotada de un pene erecto con los respectivos testículos.

Lo repito: la belleza ideal para la mente humana podría representarse por una mujer dotada de los genitales masculinos en estado de erección.

Esta propuesta surge de una forma de deducir que funciona en otras áreas menos irritantes de nuestra sensibilidad.

Efectivamente, podemos pensar que el arte escultórico, pictórico y arquitectónico recurre a formas alargadas y rígidas (pene erecto) para gratificar nuestras apetencias estéticas y no recurre a formas que pudieran evocar a una vagina (hueco, caverna, vacío).

En suma: Quizá debamos reprimirlo, ignorarlo, descalificarlo, pero nuestro modelo de belleza es un hermafrodita excitado.

(Este es el Artículo Nº 1.554)