jueves, 30 de septiembre de 2010

No estoy seguro si soy indeciso

Algunas personas atesoran éxitos deportivos, o amorosos, o políticos, o económicos. Yo colecciono éxitos en la comprensión del ser humano.

Todos terminamos haciendo algo provocado por ciertas condiciones físicas que nos tocaron en suerte al ser fecundados, más la afortunada o desafortunada sucesión de experiencias, que nos fueron modelando una determinada forma de percibir la realidad en la que nos toca vivir.

Me pareció muy inteligente de mi parte haber hecho fila para comprar en un determinado comercio, hasta que un competidor me hizo ver que ese poder de convocatoria que yo creí auténtico, era una estrategia de márquetin del comerciante.

Alertado por esta información, pude constatar el parecido facial de los supuestos compradores de «mi comercio preferido».

El comerciante fue astuto con su fila de parientes, pero también es cierto que mi ingenuidad jugó a su favor.

Siempre me llamó la atención cuánta energía destinan los políticos para acceder a los cargos de gobierno.

Se los ve haciendo varios discursos por día, viajando, saludando con besos y abrazos a todo tipo de gente —como si los amara realmente—, gastando fortunas en publicidad y sobre todo, difundiendo el resultado de las encuestas.

Las empresas que se dedican a saber cómo se reparten las preferencias del electorado, informan sus conclusiones y eso provoca en los electores una tendencia a seguir a la mayoría.

En otras palabras, cuando las encuestas proponen un favorito, seguramente aumentará su caudal electoral con la adhesión de esa mayoría integrada por quienes sólo votan a los ganadores.

Sin embargo, existe una minoría de ciudadanos que le amarga la existencia a quienes luego serán gobernantes.

Efectivamente, los indecisos son aquellos que piensan, razonan, calculan, observan, y —sobre todo— deciden por sí mismos.

Los indecisos deben ser educados para que pierdan esa odiosa condición de seres pensantes.

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martes, 28 de septiembre de 2010

Gente que ladra, no muerde

Me animaría a decir que casi la totalidad de los valiosos beneficios que podemos recibir de un tratamiento psicoanalítico, se sintetizan en:

1º) «Conócete a tí mismo»; y

2º) «Perro que ladra no muerde».

Sobre la recomendación milenaria («Conócete a ti mismo»), he compartido con ustedes algunos comentarios en un par de artículos ya publicados (1).

Saber conducir un vehículo es esencial para sacar los mejores resultados en el tránsito, para pasear o para ganar dinero.

Hasta los lectores más apasionados, coinciden en afirmar que no existe nada más aburrido que leer los manuales instructivos de los diversos aparatos que facilitan nuestra vida.

Son tan insoportables, que la mayoría no los lee y se pierden algunas prestaciones por las que pagaron al comprarlo.

El psicoanálisis es un manual instructivo nada menos que sobre nosotros mismos.

No conocernos por no leer nuestro manual (psicoanalizarnos), implica desconocer y no desarrollar valiosas habilidades, tales como: creatividad, memoria, humor, capacidad artística, audacia, ambición, razonamiento, etc., etc.

No es menor la ayuda que nos provee el psicoanálisis para que se cumpla en nosotros el refrán que dice «perro que ladra, no muerde».

Nuestras emociones básicas (amor, odio, deseo sexual, furia, venganza, envidia y otras), necesitan satisfacerse o padeceremos el intenso malestar que provoca la frustración.

Es angustiante no poder vengarnos de quien nos perjudicó, es frustrante no poder unirnos para siempre con esa persona que cada vez ocupa mayor espacio en nuestros pensamientos, hasta podemos conseguirnos alguna enfermedad psicosomática.

El psicoanálisis nos permite procesar todas esas frustraciones de tal forma que, sólo actuaremos cuando sepamos cómo, cuándo y dónde hacerlo, mientras que las demás acciones, quedarán eficazmente sustituidas por su expresión verbal (desahogarse, simbolizar, catarsis).

Hablar y ser escuchados, nos permite procesar (elaborar) los duelos, salvándonos de actuar impulsivamente.

(1) Si es inteligente, se cree tonto
Mariposas en el estómago

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lunes, 27 de septiembre de 2010

La homosexualidad es una enfermedad

Es posible definir el vocablo «enfermedad» como aquello que daña el funcionamiento de una colectividad.

Como he sugerido en otros artículos (1), si hablamos de un colectivo de personas, nos referimos a una sociedad, un pueblo, una nación, y si nos referimos a un colectivo de células, podemos estar aludiendo a un cuerpo viable (que está en condiciones de sostener el fenómeno vida).

Si aceptamos que la única misión que tenemos para cumplir los seres vivos, es continuar la existencia de cada individuo y de la especie, entonces aquello que imposibilita cualquiera de esos dos únicos objetivos, puede ser llamado enfermedad.

Por ejemplo,

— un suicida está enfermo porque su organización celular lo induce a la autoeliminación;

— quien haya hecho votos de castidad o celibato, está enfermo porque su organización celular lo induce a tener una conducta no reproductiva;

— quien haya optado por no tener relaciones sexuales con personas del otro sexo y de su misma especie, es decir, que sólo tenga relaciones sexuales con personas de su mismo sexo, con animales o sólo se masturbe, está enfermo porque su organización celular lo induce a tener una conducta no reproductiva.

Estaremos de acuerdo en que actualmente, es poco menos que un crimen decir que la homosexualidad es una anomalía.

Nuestra cultura está pasando por uno de sus típicos períodos de fundamentalismo, en el que criticar la izquierda es ser nazi, señalar el error de una mujer equivale a ser machista y opinar sobre los efectos no deseados de la homosexualidad, significa ser homofóbico, intolerante, discriminador.

Pues bien, así como lo único permanente es el cambio, la única intolerancia es la de no tolerar la intolerancia, la resistencia, la crítica, el disenso, la exposición de opiniones negativas sobre algo o alguien.

En suma: por lo expuesto, la homosexualidad funciona como una enfermedad.

(1) El injusto proveedor sanguíneo
Los despidos celulares o la amputación laboral


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domingo, 26 de septiembre de 2010

¡¿Cómo?! ¡No te comprendo!

Según el psicoanálisis, nuestra psiquis se organiza a partir de ciertos hechos ocurridos en nuestra primera infancia.

Nacemos sin terminar, incompletos. El útero nos larga a medio hacer.

De hecho, el embarazo continúa afuera y por eso la madre ocupa un rol tan importante en nuestras vidas (aunque seguramente, ya es posible sustituirla por una niñera, abuela o padre).

Dejemos estos detalles de lado, y centrémonos en lo que ocurre la mayoría de las veces: nuestra mamá nos continúa atendiendo, ahora fuera de su útero.

En este nuevo sitio dependemos de la comunicación, porque el cordón umbilical ya no está para proveernos lo necesario.

La primera palabra es el llanto con el cual el niño le dice a su mamá: «Necesito que me des la Cosa».

Digo «la Cosa», porque el niño sólo hace saber que necesita algo y queda bajo la responsabilidad de los adultos, saber si quiere comer, que lo higienicen, que lo abriguen o que lo acaricien.

Efectivamente tenemos acá el primer objeto necesario al que podemos llamar Cosa porque es inespecífico, impreciso. Él no sabe comunicarlo con mayor claridad.

Aunque suene raro, la segunda palabra es el silencio.

Efectivamente, el niño silencioso está diciendo claramente «estoy bien».

Por lo tanto, resumiendo: cuando la gestación continúa fuera del útero, los intercambios se regulan por medio de una comunicación de dos «palabras»: el llanto que dice «necesito una Cosa» y el silencio que dice «no necesito nada».

Como ve, le estoy proponiendo que usted acepte al silencio como una pieza comunicativa.

Más aún: le estoy diciendo que el silencio es más preciso que el llanto, porque claramente dice que está bien, mientras que el otro nos vuelve locos porque nos obliga a probar, ensayar, tantear, hasta que se calle.

¿Usted qué prefiere: hablar o callarse? ¿Se siente comprendido?

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Una conversación trivial

— ¿Cuánto hace que tienes novio?

— Hace años, aunque no siempre es el mismo. ¿Y tú?

— Yo también, hace años pero soy más conservadora.

— ¿Siempre estás con el mismo?

— Con la misma.

— ¡Ah! ¿Misma?

— Si mi analista supiera de qué me sirvió su esfuerzo, se moriría de nuevo. Cuando falleció, me sentí autorizada, habilitada o estimulada a probar.

— ¿Probar? No te entiendo.

— Claro, yo siempre imaginé que quizá una mujer, ... No sé si comprendes...

— Creo que sí. Tú sentías ganas de estar con otra mujer y no te animabas.

— Exacto. Es una decisión muy difícil. Me llevó años de análisis y hasta te diría que si mi analista no hubiera fallecido, quizá le seguiría dando vueltas al asunto.

— ¿Y cómo conseguiste una novia tan pronto te decidiste?

— Comencé a ir a un club deportivo, también probé yendo a un spa, pero lo único que cuenta es la actitud. A partir de que yo lo deseé, parece que empecé a comportarme diferente y obtuve lo que deseaba.

— Es raro lo que me dices. No te entiendo y también me da miedo. Ahora me parece que me estás mirando diferente.

— No te asustes que yo le soy fiel. ¿Y a tí cómo te va con él? ¿Lo conozco?

— ¡No! Es un tío.

—Tío, ¿hermano de uno de tus padres?

— Si, por suerte pudimos superar el trauma del incesto y nos dejamos de pavadas. Somos muy felices. Él es hermano de mi padre, es mucho mayor que yo, me comprende en todo. ¡No tengo palabras para decirte lo feliz que me hace!

— Entre mi homosexualidad y tu incesto, no sé con qué quedarme.

— Quédate con ambos. ¿Cuál es el problema? Lo importante es no perjudicar a nadie. Si nadie sufre y todos pasamos bien, sería tonto perderse estas escasas bondades de la vida.

— ¡Oh, mira! ¡Ya comenzaron a pasar los niños para la escuela y yo sin haber empezado a cocinar! Mi marido siempre viene apurado y hambriento.

— El mío está de licencia, así que está cocinando carne asada. Me liberó de la cocina.

— La seguimos otro día. Saludos a Gustavo.

— Saludos a Raúl. ¡Chau!

Nota: La imagen corresponde al óleo del pintor español Luis Garay (1893-1956), titulado Mujeres hablando.

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sábado, 25 de septiembre de 2010

Hay quienes no aguantan pulgas

¿Cuánto tiempo puede estar privado de libertad alguien atado de pies y manos con un hilo de coser?

Depende: puede estar desde un milisegundo a cien años.

La debilidad del hilo de coser es tal que, no ejerce aparentemente ningún efecto inmovilizante.

Los efectos van desde la fuga inmediata a la perpetuidad porque, en este caso más que nunca, depende de cuánto desee la condena el prisionero.

Este ejemplo está acá porque, si a cualquiera de nosotros nos preguntan a boca de jarro ¿es más sabio un perro o un ser humano?, no nos escapamos de responder que el más sabio es el ser humano.

La respuesta está fuertemente teñida de narcisismo, amor propio y orgullo de especie. No es muy objetiva y mucho menos, meditada.

Desde hace unos años, los humanos venimos cambiando nuestra forma de adiestrar a los perros, y hemos pasado del sistema llamado «de premios y castigos» al de «reforzamiento» (positivo o negativo).

Más recientemente se ha incorporado algo que los expertos llaman «click».

En poquísimas palabras, la idea consiste en esperar a que el alumno haga algo que preferimos y activamos un botoncito que emite ese sonido (click).

Casi inmediatamente, es preciso darle su recompensa (comida, juegos, caricias).

Si fuéramos capaces de sentirnos, por lo menos tan sabios como los perros, admitiríamos de buen grado que la técnica del «click» también sirve para nosotros.

Ya algunos lo están haciendo, aunque sin reconocer esta semejanza entre especies que hiere nuestro orgullo.

El reforzamiento positivo entre humanos consiste en demostrar inmediatamente qué nos gusta de la conducta del otro (llamarnos por teléfono, atender nuestra solicitud, mirarnos con ternura), para que su cerebro se vaya impregnando de cuál es su conducta que preferimos y la repita cada vez más seguido.

Eso sí, el terrón de azúcar, ¡evítelo!

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viernes, 24 de septiembre de 2010

¡Último momento! Madre no hay una sola.

¿Cuánto sabemos sobre la piel que recubre nuestra espalda? Casi nada. Está muy cerca pero para poder verla, tendríamos que recurrir a un conjunto de espejos, que sólo nos aportaría una incómoda visibilidad.

Para compensar este distanciamiento que nos provocan los espejos, tendríamos que agregar algún equipo de aumento óptico (prismático o lupa).

La piel de la espalda está cerca, pero para mirarla, está lejos.

Tampoco es muy fácil tocarla en toda su extensión.

Peor aún, ¡jamás podremos olerla o pasarle la lengua!

El sentido del oído, acá no tiene nada para hacer.

¿Cuál es la buena noticia que compensa toda esta incomunicación con la piel de nuestra espalda?

La buena noticia es que nuestra psiquis, no está interesada en acceder a esas diferentes percepciones.

Podemos decir con cierta arrogancia: «A mi no me interesa la piel que tengo en la espalda».

Y con esta última afirmación, ya podemos pasar a preocuparnos por otros temas.

Podemos meditar sobre fútbol, hacer especulaciones sobre la política de Irán, o elucubrar sobre lo tarde que llega la vecina recién divorciada.

Nunca falta algún paranoico pesimista que interfiera diciéndonos, por ejemplo, ¿no será que tu descalificas lo que te da trabajo conocer? ¿te preocupas por lo realmente importante o por lo que más te gusta, divierte o mejor conoces sin mucho esfuerzo?

Yo tuve la mala suerte de encontrar muchos paranoicos pesimistas en mi historia y por eso ando por la vida, prestándole atención a temas tan inaccesibles como el masoquismo (1).

Las personas no son quienes son, sino quienes nosotros creemos que son.

No es lo mismo nuestra madre de carne y hueso, que la Madre que tenemos en nuestra mente.

Y los deseos masoquistas, consisten en gozar con castigos y humillaciones provocados por nuestra Madre, pero no por nuestra madre.

(1) La pareja ideal
El masoquismo

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jueves, 23 de septiembre de 2010

Descripción completa de la verdadera justicia

La ley que imparte justicia también imparte mesura, moderación, sensatez.

Los humanos tenemos ciertos límites impuestos por la naturaleza.

Por ejemplo, la longevidad, la resistencia a la fatiga y la velocidad de nuestro andar, tienen un límite. El coraje va hasta cierto punto, pasado el cual, el miedo nos inmoviliza.

Sin embargo, algunos límites están más allá de los requerimientos de la convivencia:

— alguien puede encargarse de nuestros gastos, hasta cierto punto;

— podemos recibir algo prestado durante un tiempo, pero no indefinidamente;

— alguna vez podremos ser descubiertos en una mentira, pero no siempre.

Los límites impuestos por la naturaleza son inflexibles, pero los impuestos por la cultura, son de bajísima eficacia.

Para compensar esta precariedad de las normas de convivencia, contamos con el poderoso sentimiento de venganza personal, que con el tiempo fuimos tratando de moderar hasta convertirlo en venganza colectiva.

Cuando somos víctima de los excesos de un conciudadano, desearíamos administrar la sanción, esto es, que una institución del estado nos consultara para preguntarnos cuál es el mejor modo de resarcirnos del daño recibido.

Según creo, nuestro deseo más profundo tendría este orden de prioridades:

1º) Necesito que existan los controles más efectivos para que eso no vuelva a ocurrirme;

2º) Quiero que el daño sea indemnizado con la mayor justeza posible, incluyendo lo que llamamos daño moral (desprestigio, disgusto, etc.) y costo afectivo (valor emocional de los objetos);

3º) Preciso que el disgusto que padecí, logre reproducirse artificialmente en quien me lo causó: Si lloré, quiero verlo llorar; si me sentí impotente, quiero verlo impotente; si me empobrecí, quiero verlo empobrecido, etc.

4º) Solicito que estas acciones sean públicas para que se cumpla el punto 1º), esto es, que sirva de escarmiento para mi agresor y para cualquier otro conciudadano que sintiera la tentación de imitarlo.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

La naturaleza es sabia pero inhumana

Un prejuicio que sostenemos casi toda la población mundial, es que las enfermedades deben desaparecer.

Es prejuicio porque muchas son causadas por microorganismo que, simultáneamente cumplen roles imprescindibles para la ecología de nuestro planeta y también porque muchas enfermedades son la solución menos mala para problemas mayores.

Una característica que determina el rechazo consciente de las enfermedades, es que suelen provocar malestares e inhibiciones a quienes no queremos ni malestar ni inhibición de tipo alguno.

Con mucha discreción, hay quienes dicen que el universo funciona en perfecta armonía y que, las enfermedades de los humanos, no son otra cosa que mecanismos reguladores para controlar demográficamente nuestra especie.

En otras palabras, que tendríamos que morir más jóvenes para no estropear el medio ambiente, programado para que nuestra vida no exceda los 35 o 40 años.

De esta postura se desprende que los esfuerzos que hace la medicina para prolongar nuestra vida, van en contra del interés universal.

Por supuesto: el instinto de conservación, nos tiene prohibido criticar nuestra longevidad.

Con una idea similar, hay quienes dicen que algunas enfermedades surgieron para evitar daños mayores, pero que hoy, con la evolución de nuestra especie, se han convertido en indeseables porque el objetivo que les dio origen ya no existe.

La naturaleza, primero crea una solución que es tal, pero seguramente, a medida que las circunstancias van cambiando, resulta que «es peor el remedio que la enfermedad».

Por ejemplo,

— hay un cierto tipo de anemia (falciforme) que evita el paludismo;
— la psicosis maníaco-depresiva, despierta la capacidad creativa de quien la padece,
— la paranoia provoca un estado de intensa disconformidad que estimula las reivindicaciones sociales.

Claro que esto no es visto así por quienes tienen el padecimiento, del mismo modo que no es el mejor juez de un delincuente, quien haya sido su víctima.

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martes, 21 de septiembre de 2010

La sinceridad de inmerecido prestigio

Casi todos afirman que la frase «El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones», es de autor anónimo.

Sin embargo, hay quienes afirman que eso lo dijo el persuasivo cura francés Bernardo de Claraval (1090 - 1153).

Apenas 21 años después de su muerte, fue canonizado como San Bernardo.

En varias ocasiones he comentados con ustedes el interesante tema de la sinceridad y la mentira (1).

La humanidad le atribuye a Sigmund Freud (1856-1939), haber concretado en una teoría, algo que varios filósofos anteriores ya habían sugerido, esto es, que los seres humanos tenemos una parte de nuestra mente que actúa aunque no la conocemos.

El papá de esta teoría (Freud), le llamó inconsciente y al conjunto de ideas complementarias, le llamó psicoanálisis.

Cuando San Bernardo habló de intenciones, estaba refiriéndose a lo que luego Freud llamó inconsciente.

Si María le dice a su mejor amiga: «¡qué gorda que estás!», está ayudándola a que ese día se convierta en el peor de la semana, mes, año o siglo.

No es lo mismo que ese mensaje lo comunique un espejo a que lo comunique María.

Si tuviéramos que juzgar este misil comunicativo, podríamos recorrer dos caminos:

1) Si comenzamos por las consecuencias (el derrumbe anímico de la que tiene sobrepeso), entonces tendríamos que buscar atenuantes hasta llegar al inconsciente de María.

Probablemente acá nos encontraríamos con que, debajo de la conciencia, escondidos y fuera del alcance de ella, existe un poco de envidia mezclada con amor, celos mezclados con el deseo de conservar el vínculo, sed de venganza combinados con deseos maternales.

2) Si comenzamos por lo que dio origen a la comunicación, veríamos que María no sabe lo que dice (como nos pasa a todos), y que el problema está en suponer que tiene libre albedrío.

(1) No es lo que estás pensando
La sinceridad molesta
El amor no es científico

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lunes, 20 de septiembre de 2010

Ellas consiguen tener un pene

Nadie sabe exactamente qué desea. Sólo sentimos atracciones y rechazos inespecíficos.

Cuando oigo el discurso de mis colegas, siento que nuestra actitud es casi religiosa respecto a nuestra teoría.

Me preocupa mucho observar cuánta energía le asignamos a descubrir qué pensaron Freud, Lacan, Melanie Klein, o quien se haya convertido en referente.

Claro que lo único importante son los resultados.

Si nuestros pacientes se benefician con nuestras ideas, opiniones e interpretaciones, entonces la teoría (dogma, doctrina, credo), queda justificada.

En nuestra cultura (y quizá en nuestra especie), el pene tiene una importancia particular.

Aunque a mí me conviene, reconozco que está sobre-valuado.

Más aún, si el pene es tan valioso es porque, además de demandarlo las mujeres (como parece lógico por razones de complementariedad genital), también lo demandamos los varones.

A su vez, si la vagina y los senos no son tan valorados como el pene, es porque

— ellas no se postulan como demandantes (lo cual es lógico porque la mayoría no son lesbianas); pero además

— ellos tampoco son fuertes demandantes.

Todo esto me lleva a la (para mí) triste conclusión, según la cual una mayoría de varones prefiere (desea, demanda, busca) más un pene que una vagina.

Pero esta no fue más que una digresión.

Lo que quería comentar con ustedes es que la mayoría de las mujeres gustarían tener un pene.

Por eso las excita sexualmente provocar en un varón el deseo de penetrarlas, para gozar teniendo un pene en el cuerpo.

El acto sexual es para ellas una escena en la que un varón les deja dentro del cuerpo el pene que deseaban tener. La pérdida de tamaño posterior a la eyaculación, corrobora esta fantasía.

Luego, agradecidas, desean mimar al donante y ofrecerle algo de comer (algunas veces [y cada vez menos], hecho por ellas).

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domingo, 19 de septiembre de 2010

Documento bíblico desclasificado

Ana era una mujer de 86 años, que no pudo tener hijos porque era estéril.

A pesar de estas circunstancias, quedó embarazada y cuarenta semanas después, nació un movedizo niño al que llamaron Salomón.

Ana y las mujeres del entorno, comenzaron a rezar con más fervor que antes mientras el niño era alimentado por el generoso pecho de otras madres, porque la de Salomón no producía leche.

La salud de Ana comenzó a decaer. Todos esperaban otro milagro, pero murió cuando el niño tenía seis años.

Hasta que cumplió los catorce, su vida fue igual a la de cualquier otro niño de su lugar y época, pero una tarde de verano, luego de haber pasado una noche muy inquieta, con dolores corporales desconocidos, sintió voces de una mujer que le incriminaban haber matado a su madre.

Primero creyó que era la misma Ana la que le hablaba, pero luego descartó esta suposición porque ella nunca habría utilizado un lenguaje tan grosero.

La perturbadora experiencia quizá duró menos de un minuto, pero el miedo a que se repitiera lo mantuvo aterrorizado durante varios años.

Cuando tenía más de veinte, quedó en medio de una acalorada discusión que involucraba a dos políticos.

El litigio refería al reparto de un abultado soborno y todo hacía pensar que el hecho terminaría con alguno de los contrincantes matado por el otro.

Fue en esta ocasión cuando Salomón sintió nuevamente la voz de aquella mujer que se le presentara alucinatoriamente.

Ella le dio la orden de intervenir y proponer cierta idea que le dictó a gritos, atormentando la debilitada psiquis del muchacho.

Desesperado por su situación, el joven repitió la idea que sólo él oía.

Los contendientes —estupefactos—, dejaron de reñir aceptando la idea.

A partir de ahí, el pueblo no pudo prescindir de sus sabias sentencias y Salomón tampoco pudo negarse porque las voces que oía sólo cesaban al comunicar cada dictamen.

Cuando tenía ciento doce años de edad, se presentó ante él su mamá —Ana—, con el aspecto que tiene cualquier mujer de dos siglos y utilizando el tono agresivo habitual, ahora le ordenó que fecundara a cierta virgen del poblado.

Y por primera vez, Salomón decidió desobedecer una orden de su madre.

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sábado, 18 de septiembre de 2010

La pareja ideal

El escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895) disfrutaba de un gran éxito, cuando le ocurrió algo poco frecuente: su apellido fue usado para denominar una patología: el masoquismo.

Esta denominación apareció en un libro escrito y publicado en 1886, por el psiquíatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840 -1902).

Dieciséis años antes, el escritor austríaco había publicado una novela titulada La Venus de las pieles.

Cuenta una historia de amor en la que el protagonista extorsiona a su amada para que lo maltrate física y moralmente.

Ella teme no poder cumplir la solicitud de su amado, pero ¡hace todo lo posible por humillarlo!

El dolor posee para mí un encanto raro y nada enciende más mi pasión que la tiranía, la crueldad y —sobre todo—, la infidelidad de una mujer hermosa” —exclama este hombre de gustos eróticos tan especiales.

Leopold von Sacher-Masoch fue autobiográfico al escribir La Venus de las pieles. Él mismo hizo un contrato con una mujer para que lo tratara como a un esclavo y lo sometiera.

Como suele ocurrir, la mayoría de los datos íntimos que conocemos del prestigioso masoquista, provienen de su secretario.

Además de suscribir una especie de contrato de humillación y castigos físicos, también disfrutaba imaginando ser un delincuente perseguido y apresado; dedica mucho recursos imaginativos y materiales para representar escenas en las que una mujer lo maltrata con un látigo.

Sus preferencias tienen muchos aspectos teatrales, dependen de efectos visuales, incluían un tercer participante en sus relaciones matrimoniales, y —usted ya lo habrá notado—, nada mejor para un masoquista que un partenaire (cónyuge) sádico.

Así se logra un estilo de pareja erótica ideal, que otros se adelantaron en bautizar como sadomasoquista.

Llama la atención que la psiquiatría se haya inspirado nuevamente en un escritor: El Marqués de Sade.

Artículo vinculado:

El masoquismo

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viernes, 17 de septiembre de 2010

El masoquismo

Una tarde del año 1722, el pequeño Jean-Jacques Rousseau (imagen), cometió un error que su maestra —la señorita Lambercier—, debía castigar golpeándolo con una vara (férula), como correspondía a los criterios educativos de la época.

Jean-Jacques, enterado de que sería castigado, comenzó a sufrir anticipadamente, angustiado por la sanción que caería sobre él.

Imaginó mil tormentos, dolores atroces, se vio envuelto en un verdadero calvario.

Cuando la maestra ejecutó el castigo, observó sorprendido que las sensaciones eran mucho menos graves de lo que había imaginado.

En los hechos, el castigo se transformó en alivio y —por tratarse de un alivio—, terminó siendo una experiencia gratificante.

Claro que el niño no dijo nada de su inesperado placer.

Se limitó a reproducir la situación, cometiendo nuevos atropellos a las normas que desencadenaran una y otra vez aquella situación sorprendentemente agradable.

La señorita Lambercier encontró que algo no andaba bien y comenzó a sospechar, hasta que la inocencia de Jean-Jacques dejó escapar el secreto de su mala conducta.

Este niño había nacido en Suiza (Ginebra) en el año 1712 y tuvo la mala suerte de quedar huérfano nueve días después.

Su capacidad como filósofo y escritor, lo convirtió en uno de los ideólogos de la Revolución Francesa.

Sus obras principales fueron El contrato social y Emilio.

Éstas son consideradas las fundadoras del sistema republicano de gobierno y de la educación pública, que hoy conocemos.

La historia que les contaba al principio, fue publicada por él en otro libro —menos trascendente—, titulado Confesiones.

Lo interesante de este libro, está en que nos narra con claridad cómo funciona lo que años más tarde se denominó masoquismo.

El placer causado por el dolor, sigue siendo un misterio, aunque ya tenemos desarrolladas algunas teorías interesantes, entretenidas aunque no concluyentes.

Ya hablaremos de esto próximamente.

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jueves, 16 de septiembre de 2010

El engaño que conduce al desengaño

Veamos el significado de dos palabras bastante antipáticas:

Timar. Engañar a alguien con promesas o esperanzas.

Fraude. Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete.

Tomando en cuenta estas dos definiciones de la Real Academia Española, procuraré vincularlas con la práctica del psicoanálisis.

Quienes concurren a un consultorio psicoanalítico, lo hacen pensando en algo que no es.

Son personas que se sienten mal (angustia, insomnio, obsesiones, etc.).

Popularmente sabemos que los psicoanalista cumplen la tarea de curar las enfermedad mentales, de forma similar a como los médicos curan las enfermedades corporales.

Esto no es así.

Los psicoanalistas tratan de que cada uno ajuste sus expectativas a una realidad realista.

Sin embargo, para que todo esto empiece, se necesita un engaño.

Cuando digo que el psicoanálisis es un timo, lo digo porque el psicoanalista tiene que pasar por alto (ignorar, hacerse el tonto), cuando el consultante viene a buscar la felicidad en el diván.

Cuando digo que el psicoanálisis es un fraude, lo digo porque el psicoanalista tiene que escuchar de los consultantes ideas en las que él no cree («pondré todo de mí para cambiar», «estoy dispuesto a trabajar duro para terminar con este problema», «sólo un psicoanalista sabe lo que me pasa y quiero que me lo diga»).

El psicoanalista no es ni un timador ni un fraudulento, sino que está convencido de que nadie que prometa hacer feliz a un paciente, lo obtendrá.

No existe la técnica que lo logre.

Más aún: la felicidad podría terminar con la vida de quien la posea durante más de veinticuatro horas.

El paciente comienza creyendo que es posible alcanzar la felicidad y si el tratamiento puede culminar, habrá logrado terminar con semejante fantasía... que le provocaba angustia, insomnio, obsesiones, etc.

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

El amor fuerte como el aire

Porque nacemos con una vulnerabilidad máxima, tanto mamá, como los otros adultos y hasta el propio niño, todos luchan para que la unión protectora sea efectiva, máxima, infalible.

Con uno o dos años de edad, todos necesitamos asistentes, ambientes sin peligros, protección.

El recién nacido posee —como una de sus defensas—, el sentimiento de posesión por su madre y demás personas u objetos aseguradores.

Esa actitud posesiva forma parte de las defensas naturales con las que contamos para llegar a adultos.

Los celos, la envidia y el amor posesivo, son hasta los 5 ó 6 años, los sentimientos mejor adaptados a nuestras necesidades para esa etapa del desarrollo.

Si todo funcionara bien, a partir de esta edad, comenzamos a darnos cuenta que nuestros hermanitos más chicos necesitan toda la atención, que nuestros padres tienen otras ocupaciones, intereses y deseos que se agregan a la atención que pueden prestarnos.

Si todo NO funciona bien, entonces el amor posesivo (celos y envidia) continúa.

Para que NO funcione bien,

— puede ocurrir que tengamos una salud muy frágil, que requiera la atención dedicada de nuestros adultos por más tiempo;

— puede ocurrir que nuestros padres no se quieran tanto entre ellos y que se aferren a nuestro amor, como si nuestra vulnerabilidad continuara;

— puede ocurrir que nuestros adultos continúen siendo posesivos, celosos y envidiosos como cuando eran niños pequeños;

— … u otros infortunios por el estilo.

Si todo funcionara bien, podemos desarrollar el llamado «amor evanescente», con el cual amamos a los demás, pero sin convertirlos en nuestros esclavos, sin quitarles libertad, sin celarlos ni envidiarlos, sin pretender controlar sus vidas.

De forma similar y si todo funciona bien, podremos ser buenos receptores de «amor evanescente», esto es, del amor que no pretenda sojuzgarnos, quitarnos libertad, abusarnos, utilizarnos, depredarnos, empobrecernos, volvernos mediocres, dependientes, infantiles.

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martes, 14 de septiembre de 2010

El carácter es una característica que me caracteriza

Le llamamos carácter a la manera de reaccionar que tenemos ante cada circunstancia que nos toca vivir.

Cuando vamos a salir y nos enteramos que está lloviendo, nuestro carácter hará que demos un puntapié contra la puerta de calle, o que volvamos para ponernos una vestimenta más adecuada, o que cambiemos de planes por otro que no implique tener que salir.

Cuando nos avisan que en un mes tendremos una prueba de evaluación estudiantil, nuestro carácter hará que nos pongamos a estudiar por todo lo que no hemos estudiado antes, o llamemos por teléfono a todos nuestros amigos para quejarnos de nuestro infortunio, o seguiremos actuando como siempre porque una evaluación no altera nuestro ritmo como estudiantes.

Cuando nuestro cónyuge da muestras de indiferencia, frialdad, desamor, nuestro carácter hará que propiciemos el diálogo buscando las causas del cambio para evitar la pérdida del vínculo, o consultaremos con alguien experto en Tarot para que nos informe qué ocurrirá en el futuro, o, suponiendo que nos dejará, nos adelantaremos y tomaremos la iniciativa, porque «es mejor dejar que ser dejados».

Tenemos un cuerpo con cierta forma de reaccionar ante las experiencias de vida y estas experiencias de vida modifican esa forma de reaccionar original generando lo que llamamos aprendizaje.

El carácter es parte de nuestra identidad, quienes nos rodean saben bastante sobre él y lo tienen en cuenta.

Saben si tenemos baja o alta tolerancia a la frustración, si somos previsibles o imprevisibles, conocen qué tienen que hacer para que (casi automáticamente) hagamos lo que ellos prefieren.

Dentro de ciertos márgenes, el carácter está cambiando permanentemente, adaptándose a las circunstancias para que el fenómeno vida siga ocurriendo.

Aunque parece estar bajo nuestro control, es tan autónomo como otras funciones adaptativas (temperatura corporal, presión sanguínea, sistema inmunógeno, etc.).

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lunes, 13 de septiembre de 2010

Sí, aunque más bien, no = so ó ni

Para lograr lo mejor de la vida, hay que hacer algunos esfuerzos.

Estos esfuerzos a veces se manifiestan, tratando de modificar algo y otras veces se manifiestan tratando de soportar algo.

Podemos modificar una montaña, haciéndole un túnel por el que pase una carretera o podemos esforzarnos para soportar los fenómenos naturales adversos (huracanes, sismos, inundaciones).

Sin embargo, tenemos desproporcionadas dificultades para realizar el esfuerzo de ser y soportar la incoherencia, la contradicción, la irracionalidad, propias y ajenas.

No podemos aceptar que nos gusta y nos disgusta a la vez una cierta idea, una persona, un trabajo.

Es necesario, natural, propio de nuestra especie, tener cambios muy frecuentes en nuestros gustos, en nuestras necesidades y deseos, en las opiniones, los puntos de vista, las preferencias, los sentimientos de atracción y rechazo.

Nos hemos puesto de acuerdo en negar, perseguir y castigar la natural mutación de nuestras características.

Por supuesto que no incluyo en estas consideraciones, aquellos cambios que respondan a fenómenos patológicos, esto es, aquellos notoriamente penosos, perturbadores de la convivencia, inhibidores de la autosustentación, en especial los cambios de humor propios de los fenómenos bipolares (depresión alternada con exaltación anímica), que atiende la psiquiatría.

Imagino que este furioso ataque a la ambivalencia, la incoherencia o a la contradicción, tiene su raíz más profunda en el insoportable, inevitable e irreversible cambio de vida a muerte.

El propio envejecimiento nos está mostrando segundo a segundo, que no somos los mismos.

Ninguna opción es por sí misma buena o mala, sino que es conveniente o inconveniente según las circunstancias (una guerra puede ser buena o mala según quien la observe, la leche o el tabaco, son buenos o malos, según quién los consuma).

Para ser coherente, este artículo incluye una cierta incoherencia.

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domingo, 12 de septiembre de 2010

La infidelidad gastronómica

No hace mucho me casé con Lupe, una mujer que conocí cuando visité México y que deseó venirse conmigo.

Lo primero que pactamos, es que ninguno de los dos tendría relaciones sexuales con otras personas.

También nos pusimos de acuerdo en que ella se encargaría de hacer la comida diariamente y que yo sería el responsable de que no le falte ningún insumo para prepararla (ingredientes, combustibles, utensilios, etc.).

También agregamos algunas cláusulas referida a la participación de mi familia en nuestra vida conyugal.

Ella no tiene parientes en Argentina, mientras que yo, entre hermanos, primos, cuñados y sobrinos, sumamos más de treinta personas.

Teniendo en cuenta la diferencia de nuestras situaciones familiares y de nuestros temperamentos sociales, nos pusimos de acuerdo en que me encargaré de que mis parientes no invadan nuestra casa.

Todo estuvo bien hasta que ella dejó de tener en cuenta que no soporto la cantidad de picantes que los mexicanos le agregan a la comida.

Comenzaron las discusiones porque ella dice que no es para tanto, que no puede estar preparando dos menús diarios, que la comida sin picantes le resulta sólo adecuada para un sanatorio, que mientras no estemos enfermos, no tenemos por qué privarnos de los placeres de la buena mesa.

No pude hacerla entrar en razones, hasta que mi cuñado —mi pariente más perspicaz en problemas de pareja—, me dijo: «Comprate la comida en alguna rotisería de tu barrio o encargala por teléfono para que te la traigan, ¿por qué tendrías que comer lo que no te gusta?».

Seguí este consejo, pero no pensé que al decírselo ella se disgustara tanto. Se enojó mucho y no me habló por varios días.

Luego empezó a llegar tarde en la noche y dejó de comer conmigo.

Mi cuñado dijo con picardía: «¡Ja! Está comiendo fuera de casa».

Nota: En varios países hispanos, coger significa fornicar. Es posible que esta señora interpretara que su marido no quería comer más su comida como que no quería coger más con ella, sino con otras. Su enojo es adecuado en quien se siente traicionado. El cuñado irónico, pudo intuir que la señora, por despecho, decidió «pagarle a su marido con la misma moneda», esto es, teniendo un amante.

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sábado, 11 de septiembre de 2010

La homosexualidad y la infidelidad

La institución matrimonial está decayendo en importancia a medida que aumenta la tolerancia hacia las expresiones homosexuales de los ciudadanos.

Sin embargo, las parejas homosexuales desean casarse simplemente para reforzar una legitimación social que aún cuenta con muchos opositores.

Denominamos genéricamente «homofóbicos» a quienes padecen una incontrolable intolerancia hacia la homosexualidad.

Los homofóbicos opinan que la homosexualidad es una enfermedad o una degeneración, que debe ser reprimida o curada, sin descartar el uso de los procedimientos o tratamientos más cruentos.

Según estas definiciones, estaríamos diciendo que algunas personas padecen una enfermedad que consiste en diagnosticar como enfermos a otros ciudadanos.

Ahora les cuento algo que puede ocurrir en nuestro inconsciente:

1º) Como todos somos bisexuales, pero la cultura nos obliga a optar por desear al sexo opuesto, todos padecemos algún grado de frustración sexual.

2º) Cuando esa frustración es muy intensa, tenemos que aliviar el dolor con algún síntoma o mecanismo de defensa psicológico.

3º) Por ejemplo, la llamada formación reactiva consiste en hacer exactamente lo contrario a lo que deseamos. Si tenemos deseos homosexuales, pues nos volvemos homofóbicos (para disimular ese deseo que la cultura nos reprime).

Si nos embanderamos con una cruzada en contra de los gays y lesbianas, nos veremos a nosotros mismos como heterosexuales puros.

4º) El matrimonio heterosexual incluye la fidelidad como una rasgo principal.

5º) Cuando él dice «mi mujer» o ella dice «mi marido», inconscientemente incluyen la sensación de que el cuerpo del otro les pertenece.

6º) Si ella es penetrada por otro hombre, el hombre siente que fue él el penetrado y eso lo pone furioso porque ella lo expuso a la vergüenza de exhibir su deseo homosexual.

6ºa) Si él penetra a otra mujer, la esposa se pone furiosa porque fue obligada a exhibir su deseo homosexual.

Artículos vinculados:

Es así (o no)
La poligamia reprimida
La domesticación de los instintos
Enemistad programada
Si yo fuera mujer
Es así (o no)

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viernes, 10 de septiembre de 2010

El insulto provoca autoagresión

En enero de 2010, publiqué un artículo (1) con una hipótesis explicativa de por qué el insulto «hijo de puta», es tan ofensivo.

Se ha estudiado bastante por qué alguien insulta, pero no tanto qué nos ofende.

Es una norma bastante general, que los insultos aumentan en gravedad a medida que el ofendido les atribuye verosimilitud aunque inconfesabilidad.

En otras palabras, alguien se ofende mucho porque considera que la madre realmente puede ser o haber sido una prostituta (verosimilitud), aunque ese antecedente no debería ser publicado (inconfesabilidad).

Lo que provoca el enojo, no es la acción de mentir sino la de hacer pública una posible verdad.

Si el improperio hubiera sido «hijo de diabética», o «hijo de cantante», o «hijo de flaca», el asunto no habría pasado a mayores.

En el mencionado artículo (1), comento que aquellos deseos incestuosos dificultosamente reprimidos en nuestro inconsciente, pueden contener el sentimiento de que ella nos fue infiel y que se comportó como una puta al acostarse con nuestro padre.

Esta idea reprimida puede darle credibilidad a la injuria.

Otro insulto igualmente irritante y por similares motivos, es «cornudo».

Estamos acá ante alguien que denuncia la infidelidad de nuestro cónyuge y ese hecho social nos indigna precisamente porque, si fuera cierto, públicamente quedamos como ingenuos, traicionados, con nuestra imagen deteriorada.

Sin embargo, lo más grave es que, según esa parte nuestra —que felizmente la memoria archiva en el inconsciente—, nuestro primer amor (mamá o papá), nos traicionó acostándose con otro/a.

Algo que los niños no saben, es que los adultos preferimos hacernos el amor en la intimidad.

Cuando los niños (varones y mujeres) se sienten traicionados y observan que los padres cierran la puerta del dormitorio, pueden pensar que «se ocultan porque están haciendo algo indebido» (traicionándolos a ellos, convirtiéndolos en «cornudos»).

(1) «Tu mamá tiene relaciones sexuales con tu papá»


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jueves, 9 de septiembre de 2010

De lo que oigo, no creo nada

La policía, la oficina recaudadora de impuestos y las iglesias, necesitan que los ciudadanos confesemos la verdad.

De esta forma, tendríamos:

— las calles limpias de delincuentes dispuestos a seguir estropeándole la calidad de vida a los vecinos;

— nuestro estado tendría los recursos necesarios para solventar los gastos comunes, para cumplir los planes de gobierno y para que no haya personas que tengan que aumentar su contribución para cubrir lo que no aportan los evasores; y finalmente,

— las iglesias, mantendrían saneados los corazones de los creyentes.

Sin embargo, todo esto funciona poco y mal.

— Los delincuentes son ‘hábiles declarantes’, asesorados por abogados diestros en conseguir los castigos menos molestos para su ‘prestigiosa clientela’;

— La oficina recaudadora de impuestos ya no sabe cómo perseguir a los evasores asesorados por los contadores más diestros en conseguir las mayores exoneraciones para beneficio de su ‘prestigiosa clientela’; y

— las iglesias, a medida que aumentan la libertades culturales y trepan los estímulos al consumismo, se van vaciando de fieles, siendo cada vez menos los que confiesan sus pecados.

Pero no todo el mundo es tan ingenuo como estos tres agentes sociales, dependientes de la sinceridad de quienes son prácticamente incapaces de confesar en perjuicio propio.

Los médicos sí que saben del ser humano.

Ellos escuchan las cuatro primeras palabras de sus consultantes, luego bajan la mirada para concentrarse en recetar una batería de análisis clínicos, chequeos de distinta índole, pruebas de laboratorio, exámenes con una sofisticada aparatología y saludando cortésmente al empapelado consultante, lo instruyen para que vuelva cuando tenga todos los resultados.

Realmente, este agente de la policía sanitaria (la medicina), no le concede ninguna credibilidad a nuestros dichos, porque nos considera incapaces de saber qué nos ocurre y además porque nos conoce y sabe que le ocultaremos cualquier dato que nos moleste o preocupe.

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Un caso psico-policial

Dos delincuentes cometen un delito. La policía los apresa, pero ambos niegan los hechos.

Los investigadores los separan y les proponen un mismo trato (pacto, convenio, opción) a cada uno.

— Si ambos confiesan la verdad, serán castigados pero con una pena mínima.
— Si uno confiesa y el otro no, el delator queda libre y el otro es condenado a la pena máxima.
— Si ninguno de los dos confiesa, la policía no tendrá más remedio que liberarlos.

Este esquema de negociación entre los malhechores y la policía, admite muchas variantes, alternativas, complejidades.

Pero se los presento de forma simplificada porque el motivo de esta introducción es hablar de usted y de mí y de nuestra disposición a gestionar lo que más nos convenga, aún en desmedro del interés ajeno.

Esta negociación entre policías y delincuentes se llama el dilema del presidiario y es un ejemplo clásico, utilizado para analizar nuestra conducta a la hora de estudiar cómo podemos administrar nuestro deseo, el deseo de los demás, incluido el deseo del contexto social (representado en este dilema, por la acción policial).

Al releer el formato del acuerdo, surgen en nosotros emociones provenientes de nuestra escala de valores.

— Algunos son partidarios de decir siempre la verdad, cueste lo que cueste.
— Algunos son partidarios de aliarse con el más fuerte en desmedro del más débil, cueste lo que cueste;
— Algunos son partidarios de la máxima fidelidad al compañero, cueste lo que cueste.

Hasta aquí he comentado lo que habitualmente se piensa al tratar estos temas.

Ahora le expongo un punto de vista alternativo y diferente.

Como el libre albedrío es una ilusión y estamos determinados por nuestra anatomía, fisiología, historia, herencia, educación, etc., etc., entonces nadie puede dejar de hacer lo que le impone esa naturaleza personal, cueste lo que cueste.

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martes, 7 de septiembre de 2010

Los PATRImonios se unen mediante el MATRImonio

En el Antiguo Testamento (Génesis 2:24), se dice: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.»

Millones de ciudadanos del mundo, que podríamos calificar como intelectualmente «muy capaces», más otra gran cantidad, a la que podríamos calificar como intelectualmente «capaces», toman en cuenta los reglamentos contenidos en la Biblia.

Esta evidencia nos hace pensar que, si no existiera esa obligación impuesta por un libro sagrado, todas esas personas «muy capaces» y «capaces», harían lo contrario, esto es: «Por tanto, el hombre conservará el apego a sus progenitores, y se juntará con su mujer, conservando sus respectivas individualidades».

Con estos pocos elementos, ya estamos en condiciones de comprender una razón por la cual los humanos hemos implantado la prohibición del incesto.

Si para organizarnos en sociedades necesitamos que las nuevas generaciones constituyan nuevos núcleos familiares, la vinculación con la casa paterna tienen necesariamente que perder intensidad.

En el caso que los hijos, hermanos y padres tuvieran relaciones sexuales entre sí, el amor entre ellos sería tan fuerte que nunca se irían.

El placer sexual estrecha y profundiza los vínculos entre las personas, así como el rechazo los debilita e interrumpe.

El amor que circula en una familia normal es tan fuerte, que las relaciones incestuosas difícilmente incluirían algún tipo de rechazo que prometiera un debilitamiento o interrupción del vínculo.

Existen grandes posibilidades de que aquella norma del Génesis 2:24, sea complementaria de la prohibición del incesto (sin la cual, sería imposible el desapego recomendado por el versículo).

Los humanos siempre hemos querido conquistar nuevos territorios. Necesitamos aumentar indefinidamente nuestro poder y control.

El referido versículo intenta sustituir la anexión violenta de los patrimonios, ordenando que las familias se unan amorosamente mediante el casamiento de sus hijos.

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lunes, 6 de septiembre de 2010

Muchos amores únicos

«Amar» o «querer», son verbos ineficientes porque dan lugar a comunicaciones confusas y —por consecuencia—, a frustraciones, enojos y a la pérdida de algunos vínculos.

Amo a muchas personas, pero es notorio que a todos los quiero de forma diferente. Le ocurre lo mismo a los padres con sus hijos.

Son pocas las personas que se animan a confesar algo tan verdadero.

Por ejemplo, nunca oímos que alguien diga «Quiero más a mi hijo menor».

Nuestro amor por el otro está inspirado por este, pero no mediante un acto voluntario que provoque y dirija nuestro sentimiento hacia él.

Tenemos acá una causa importante de la ineficiencia comunicadora del verbo: una mayoría cree que ama a alguien voluntariamente y que es amado porque hace lo necesario para que lo amen.

El afecto entre dos personas, surge porque existe una atracción, muy fácil de observar pero sin causa conocida.

Por otro lado, alguien puede decir «amo a Patricia», «amo a Ernesto», «amo a Dinamarca», «amo al idioma francés» y «amo a las motos BMW».

Está claro que esta persona tiene sentimientos muy diferentes, a pesar de que siempre usa el mismo verbo. El verbo «amo», en cada expresión, tiene significados muy distintos.

Para que el verbo querer (o amar) pierda esta particularidad de generar confusión, tendríamos que construir una nueva herramienta lingüística, que podríamos llamar «el verbo específico».

Ejemplos de «verbos específicos», serían: «quiero-a-Patricia», «quiero-a-Ernesto», «quiero-a-Dinamarca».

Ninguno de ellos es sinónimo del otro. Son todos verbos únicos, de uso exclusivo y —sobre todo— de uso excluyente, porque no podemos decir «quiero-a-Mariana» utilizando el verbo «quiero-a-Jovita».

En suma: como el amor es un sentimiento inspirado por un único objeto amado y como en la vida tenemos muchos amores únicos, necesitamos que la realidad afectiva pueda comunicarse de forma específica.

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domingo, 5 de septiembre de 2010

Diálogo con pocas palabras

Rodrigo ya había comunicado visualmente a Dorotea su intensión de raptarla.

Ella padecía por esa promesa pues todo lo que sabía sobre tales situaciones, provenía de los libros, sobre los que su madre le había informado en su lecho de muerte, que no eran de fiar.

La moribunda tampoco era muy confiable porque aburría a su entorno comentando «lo mal que está todo».

Rodrigo la miraba con tanto deseo que ella se avergonzaba y se cocinaba a fuego lento, pensando cómo sería ese hombre en actitud viril.

Por ser la hija mayor, siempre tuvo que conservar una actitud muy diferente a si le hubieran correspondido menos responsabilidades.

Las primogénitas eran las madres sustitutas, que podían o no estar secundadas por las madrinas de bautismo.

Morir en el siglo diecinueve era más normal que sobrevivir, pero esta guerra contra las pestes se tomaba con menos dramatismo que en el siglo veintiuno.

Cierta vez, él apareció en el palacio con el pretexto de hablar con sus hermanos varones, pero Dorotea vio en su cara un resplandor diferente que le heló la sangre y templó el pubis.

Efectivamente, mediante una ingeniosa jugada estratégica, ella quedó acorralada por el lascivo fauno.

Como Dorotea no se animó a conservar la lucidez durante lo que deseaba que ocurriera, sufrió un desmayo aunque sin perder el equilibrio, quedando expuesta a una salvaje penetración que arrasó con el precinto anatómico, su temor al deseo y las recomendaciones de la madre.

Antes de que la bestia provocara una inundación seminal, uno de los hermanos dio la voz de alarma, concurrieron otros familiares y sirvientes, obligando a Dorotea a simular un disgusto que no tenía por una violación que se presentaba como maravillosa.

Sin embargo, el vocerío había sido provocado por la presencia de un murciélago colgado en la habitación contigua.

Ahora tú decides ser alguien que lee esto, Dorotea o Rodrigo.

Para que elijas sin obstáculos superfluos, te diré que tu sexo anatómico es irrelevante.

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sábado, 4 de septiembre de 2010

«¡Protesto su señoría!»

En un artículo reciente (1), les comentaba la clasificación que hizo el filósofo inglés John Langshaw Austin, en su libro titulado Cómo hacer cosas con palabras (How to do things with words), referido a que existen oraciones declarativas («El florero es de vidrio») y otras performativas («Te apuesto una moneda a que hoy dejará de llover»).

Les decía que es muy probable que aún no hayamos comprendido el alcance de esa clasificación, específicamente en lo que refiere a las oraciones performativas.

Para definirlas, podemos decir que son aquellas expresiones con las cuales se realizan una acción.

En el ejemplo mencionado más arriba, quien habla «dice y actúa al decir», puesto que al decir «Te apuesto ...» está formalizando el desafío y arriesgando una moneda.

Cuando un testigo o un presidente juran sobre la biblia o sobre la constitución, en el mismo acto de prometer queda instalado el compromiso.

Algunos de los verbos más propicios para formar oraciones performativas son aceptar, apostar, bautizar, contratar, dar el pésame, denunciar, felicitar, jurar, legar, prometer, proponer, protestar, etc..

Otra característica de estas oraciones, es que no son ni verdaderas ni falsas, sino que son oportunas o inoportunas.

Por ejemplo: en la expresión de pésame «Lamento el fallecimiento de tu amigo», sólo puede informar sobre su veracidad (sinceridad) quien la enuncia, pero lo que sí está en juego es que haya existido tal infortunio.

Como decía en el artículo mencionado (1), el verbo siempre debe estar conjugado en tiempo presente del indicativo.

Por ejemplo: «Te acepto como mi legítima esposa», «Bautizo este buque con el nombre de Ana C.»; «denuncio este hecho fraudulento».

En suma: quien pronuncia la oración, simultáneamente está realizando el acto a que refiere el verbo. En los casos anteriores, está contrayendo matrimonio, bautizando un navío o acusando, respectivamente.

(1) La acción inactiva

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viernes, 3 de septiembre de 2010

Logramos que la realeza fuera irreal

Con plausible inteligencia, la realeza eligió una denominación que le da prestigio.

Las personas que creen en la existencia de la realidad, por ahora son consideradas muy valiosas, confiables, acertadas.

Realeza se le dice al conjunto de las familias reales.

Rápidamente, de un plumazo, queda establecido que las demás familias no son reales y, sin muchas pretensiones, podemos decir que aquellos que estamos por fuera de cualquier monarquía, somos irreales, ficticios, imaginarios.

Más aún: ¿existiremos?

Como reacción, los filósofos (difícilmente monarcas) han tratado de combatir esta injusticia verbal, poniendo en duda si existe la realidad, con lo cual, indirectamente, están devolviendo la injuria a quienes por ahora la perpetran.

Los filósofos escépticos dudan hasta de la duda misma.

Suponen que nuestras percepciones son subjetivas. No pueden decir «llueve» sino «creo que llueve»; no pueden decir «Fulano es una persona maravillosa», sino «para mí, Fulano es una persona maravillosa».

Como usted ve, para ellos la realidad es algo sobre lo cual se pueden dar opiniones personales, pero sería una irresponsabilidad hacer afirmaciones.

Los filósofos agnósticos, sin embargo, son una versión moderada de los escépticos, porque se concentran en dudar sólo de lo que no puede demostrarse fehacientemente.

Los agnósticos no consideran razonable que alguien pueda creer en Dios o cualquier otro hecho sobrenatural, en tanto sería indemostrable su existencia.

Naturalmente, no faltan quienes retrucan a los agnósticos diciéndoles que tampoco es demostrable la no existencia, con lo cual, ambos bandos llegan a un empate técnico.

Pero el asunto termina resolviéndose por cómo ocurren los hechos, en base a qué creencias la humanidad actúa, qué criterios terminan modificando la historia.

En este punto, la mayoría creemos lo mismo que creen los más persuasivos, influyentes, mediáticos (oradores, escritores, poetas, líderes carismáticos).

Como estos sólo saben proponer ficciones, entonces la realeza no existe.

Nota: La imagen corresponde al rey de España, Juan Carlos I de Borbón, con un desaliño impropio de su investidura, pero que se justifica porque estaba vacacionando en Mallorca (2009).

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jueves, 2 de septiembre de 2010

«Barack Obama tiene un pasado oscuro»

Me gustan los refranes porque comunican falsedades que, por su fama y brevedad, se cuelan en nuestra mente con toda la fuerza de la sabiduría.

Este fenómeno de los proverbios lo encuentro parecido al de las leyendas urbanas.

— «Anda un hombre atrapando universitarios y con una navaja, les aumenta el tamaño de la boca». A esta leyenda le llaman «la sonrisa de payaso»;

— «En breve, un dispositivo electrónico hará sonar el teléfono celular de los conductores, para multar a quienes cometan la infracción de atenderlo».

— «El estrés o energía de algunas personas, provoca el misterioso fenómeno de la combustión espontánea, por el cual su piel o tejido adiposo, se incendian provocándoles graves quemaduras».

Estas leyendas urbanas calzan en algún lugar de nuestra zona más crédula del cerebro, con la colaboración de proverbios tales como: «Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay»; «Creer o reventar»; «La vida no es un problema para resolver sino un misterio para vivir».

Pero, no cualquier historia se convierte en una leyenda urbana.

Un rápido vistazo al asunto, me lleva a suponer que existen dos ingredientes infaltables:

1) Tiene que ser verosímil; y
2) Los hechos narrados deben provocarnos goce.

Y acá aparece lo más llamativo.

Todos pensamos que deseamos exclusivamente lo placentero, lo que nos alivie, lo que nos haga reír.

No es así: un goce se obtiene cuando ocurren ciertos procesos orgánicos que pueden generar alivio o dolor.

El alivio es el que todos conocemos según el sentido común, pero el penoso lo intuimos cuando oímos la expresión «morirse de la risa», o nos enteramos que los franceses aluden al orgasmo como una «pequeña muerte».

Las malas noticias, el miedo o la frustración provocados por las leyendas urbanas, activan nuestra ambición de gozar y por eso nos vuelven crédulos.

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

No es lo que estás pensando

Mi querida abuela, que tan bellos y oportunos regalos me hiciera, propalaba eslóganes como una agencia publicitaria.

Una de esas sentencias pedagógicas decía: «La memoria es necesaria para hervir la leche y para mentir».

Sabido es por quienes han vivido en zonas rurales, que la leche debe ser hervida para evitar el contagio de alguna enfermedad que padezca el animal ordeñado.

Este procedimiento demanda una especial atención porque el referido líquido se derrama en cuanto empieza a hervir. Por eso, mi abuela decía que es preciso tener memoria: para recordar que la leche está en el fuego.

En cuanto a la memoria para mentir, necesitamos menos explicaciones.

Si contamos la historia verdadera, sólo tenemos que recordar los hechos, pero si le agregamos datos falsos, tenemos que recordar la novela que inventamos para repetirla sin contradecir el original.

No soporto mentir, pero no porque me parezca mal hacerlo, sino simplemente porque me da demasiado trabajo recordar la historia inventada.

Tampoco me parece mal que la gente mienta, entre otros motivos porque estoy convencido de que no podría dejar de hacerlo.

Los pocos que no creemos en el libre albedrío, difícilmente tomamos a mal que alguien mienta, porque este hábito responde a una debilidad constitutiva del embustero.

Las causas principales de la mentira, son:

— miedo a mostrar características personales impresentables;
— miedo a que la información sea usada para juzgar, atacar, perjudicar;
— miedo a la indiscreción del destinatario (falta de reserva, publicación no autorizada);
— intención de manipular al otro en beneficio propio;
— sentirse intelectualmente superior al engañado, imaginándose poderoso;
— buscarse complicaciones en tanto estas lo hagan gozar;
— establecer una relación sado-masoquista cuando el otro simula creer y se convierte en cómplice.

En suma: quien miente se enfrenta a su verdadera debilidad. Como decía mi abuela: «En el pecado está la condena».

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