sábado, 25 de agosto de 2007

Rodrigo: ¡Estás nominado!

— Mi hijo se porta mal doctor.

— ¿Qué tendría que hacer su hijo para que usted dijera que «se porta bien»?

—… y, no sé, hacerme caso.

— ¿Comer lo mismo que usted come? ¿Vestirse como usted se viste? ¿Pensar lo que usted piensa? ¿Divertirse con lo que usted se divierte? ... ¿Usted se divierte?

— Lo que quiero es que no sea tan rebelde. Quiero que colabore un poquito conmigo. Quiero que no me dé tanto trabajo. Que piense un poco en que estoy sola para todo.

— ¿Le gustaría también que no crezca? ¿Que el tiempo se detenga? ¿Que él no se desarrolle porque eso sucede a medida que usted envejece?

— Doctor ¿usted no estará mezclando las cosas?

— Es probable...
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sábado, 18 de agosto de 2007

El felpudo antibalas

Yo estaba con una amante —la casada— en un lugar que podría ser un patio con árboles y teníamos que entrar a una especie de corredor que, por lo ancho, parecía ser el de un liceo.

Alguien nos advirtió que adentro había un hombre que nos quería atacar. Ella me dijo algo así como «entonces no entramos» y yo le dije algo así como «nos cubrimos con esto».

«Esto» era un pequeño felpudo de moquete color amarillo, con un borde blanco de hilo tejido. Para mí que es uno que está en la casa de mi suegra y que lo compró porque era barato y se lo pusieron dentro de la casilla de la perra.

Entramos, ella pegada detrás de mí y yo protegiéndome con el felpudo amarillo. Enseguida vimos al hombre que estaba sentado en un cajón de cerveza, con los codos apoyados confortablemente en sus muslos y sosteniendo con ambas manos un enorme revólver con el que inmediatamente nos apuntó. Yo puse el felpudo bien cerquita del cañón y empecé a rodearlo porque nosotros íbamos para un lugar que quedaba detrás de él.

El hombre era un funcionario que trabajó conmigo cuando estuve en la aduana antes de que me llevaran preso. El revólver era uno que antes de dormirme habían mostrado en una documental, en la que explicaban que la mayoría de los grandes pistoleros del lejano oeste eran prácticamente sordos por el ruido que hacían estas armas. Recuerdo que pensé cuántas personas habrían muerto injustamente porque el matón había entendido mal.

Cuando llegamos a la puerta del salón al cual nos dirigíamos —siempre retrocediendo y protegiéndome con el felpudo—, entramos con un último salto, muy velozmente. Alguien dijo ahí cuál era el motivo por el que este sujeto estaba ahí amenazando a todo el mundo y yo dije «¡ah no! eso yo no se lo permito a nadie» —este tipo de estupideces también suelo hacerlas despierto— y salí a su encuentro, pero ahora sin el felpudo.

Apenas había dado un par de pasos hacia el hombre, sentí el estampido y algo que me golpeaba en la base del cuello. Este sueño ya se había convertido en una pesadilla. Fue ahí que dije «¡la quedé!» y empecé a trastabillar. En ese momento me desperté.

Medio dormido sentí un ¡ooohhh!, gritos ahogados, sillas moviéndose agitadamente y cuando abrí los ojos me di cuenta inmediatamente que ¡me estaban velando!

Mi mujer, mi suegra y mis dos cuñadas se apretujaban ante la puerta queriendo salir de la habitación y un jovencito que no conozco, con cara de espanto me preguntó: — ¿Te-te-tenés hora?

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sábado, 11 de agosto de 2007

Fecundación anticonceptiva

Mariana es una señora que aún está en edad de concebir y que tiene una noción flotante sobre cuáles son los límites que pretenden imponerle la ley, las normas, la ética.

Ella me mira frontalmente cuando me paga la consulta y se va sin saludar porque sabe que su cuerpo da salud a quienes la observen.

Llegó a mi consultorio porque así se lo sugirió una paciente que meses atrás interrumpió el análisis que hacíamos, dando un portazo ensordecedor.

La cabeza de un analista debe estar totalmente abierta y eso me trae problemas porque soy colonizado por fantasías perturbadoras, a tal punto que se pelean entre ellas. He pensado que Mariana podría ser la reencarnación de algún alto mando nazi.

Su marido —unos meses menor pero igualmente dominante según lo que ella cuenta— heredó la clientela y el talento de un conocido corredor de bolsa. Me lo imagino jugando al golf mientras piensa qué títulos comprar o qué acciones vender.

Este señor no quería fecundar a su esposa y ella estaba muy frustrada, que en este caso es lo mismo que decir que estaba furiosa, al borde del descontrol.

Luego de que una noche de verano la sedujera hasta la desesperación pero que la penetrara usando un preservativo, ella simuló tener un orgasmo y se fue a buscar un poco de serenidad caminando por la playa, aprovechando la luz de la luna y la brisa tropical.

Llamaron su atención unas sobras que se agitaban detrás de un pequeño médano y detuvo su marcha. Se tranquilizó cuando se dio cuenta que se trataba de una parejita que fornicaba en condiciones poco menos que ideales.

Cuando detectaron su presencia, se fueron tomados de la mano.

Por un impulso que Mariana no puede explicar, se sintió llevada hasta el lugar donde estuvieron los jóvenes, mojó sus dedos en el tibio semen del preservativo abandonado y se lo introdujo varias veces en la vagina.

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Nota: Aparentemente ella modificó su estrategia frente al marido a partir de esta experiencia y logró que aquel señor tan renuente a fecundarla, abandonara de un día para otro sus prácticas anticonceptivas. Mariana no sabe quién es el padre de su hija y se divierte imaginando que pasaría si su marido fuera estéril.

sábado, 4 de agosto de 2007

Mascota

Tengo veintidós años y desde los diecinueve que estoy juntando direcciones de correo electrónico de varones que vivan lejos de mi Rusia natal.

Mi abuelo llegó a Moscú huyendo del franquismo y acá fundó esta familia en la que sólo yo quise aprender su fascinante idioma español.

Estoy harta pero sólo lo saben quienes chatean conmigo. Mis padres y mis hermanos suponen que soy la rara de la familia y en el colegio me decían «la venusina» porque me enamoro muy fácilmente y hasta las últimas consecuencias.

Hace tres años que empecé a trabajar y llevo una vida miserable porque no paro de ahorrar dinero.

También en secreto estoy haciendo los trámites para poder viajar. Hace tres años creí en un precioso peruano que después de prometerme que me enviaría lo necesario para que nos casáramos en su país, me confesó que sólo era una broma. A partir de entonces trabajo y ahorro desesperadamente.

Sólo quiero ser una cosa más de alguien que me dé el lugar que ahora comprendo que merezco. Seré un perro obediente del amo que me tome. Cuando alguno de ustedes conteste este mensaje porque quiere que yo sea su esclava, iré por mis propios medios hasta el lugar de donde me llame.

Estoy segura de que alguno querrá tenerme como su mascota canina, totalmente obediente, sumisa, trabajadora, ahorrativa y venusina... muy venusina.

De lo que fui, ya no me importa nada. No me interesan ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis amigos, ni mis dos o tres hijos.

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