sábado, 26 de mayo de 2007

¡Pura suerte!

A — ¿… y cómo hiciste para vender ese apartamento en tan buen precio?

B — Como todo en la vida, tenés que tener un poco de suerte y además pensarla, dedicarle mucho tiempo a buscar al candidato, saber mucho de él, estudiar cómo presentarle el negocio. Es un manojo de cosas que juegan todas juntas. Algunas están bajo tu control y otras no. A la suerte no la controla nadie.

A — Pero de todos modos, ese apartamento me lo habías comprado a mí en la mitad de precio y yo estuve muy feliz de haberlo vendido. Cuatro meses después vos también lo vendiste pero cobrándolo muchísimo más. ¿Te das cuenta por qué no salgo de mi asombro?

B — Ahí hay un primer punto de diferencia. Lo que sucedió en realidad es que vos no me vendiste el apartamento sino que yo te lo compré. Un día te vi que lo estabas pintando, te propuse comprártelo y vos dijiste que sí en seguida. Capaz que si te hubiera ofrecido un precio menor, igual te servía.

A — Es que yo no estoy para los negocios. Esa propiedad la recibí de mi familia cuando murió mi padre y realmente no sabía mucho qué hacer con ella. Vos me hiciste un favor enorme porque te juro que no soporto a los insectos de las inmobiliarias, a los aburridos que te llaman para preguntarte estupideces, a los desgraciados que te lo critican para desquitarse con alguien de lo mal que les va en la vida.

B — Ese es otro punto de diferencia que tenemos. Vos no te habías matado por comprarlo; lo habías recibido de herencia. Fue otro quien se sacrificó para adquirirlo. Cualquier precio te daba lo mismo porque no tenés noción de lo que cuesta ahorrar dólar sobre dólar para llegar a tener una vivienda propia. Yo sí que las pasé y te juro que recuerdo con nitidez alucinada cada privación que tuvimos que hacer con mi mujer para llegar a comprarnos el primer apartamentito de un dormitorio, bastante oscuro y húmedo. Te aseguro que eso no quiero volver a pasarlo nunca más. Es como los pueblos que han padecido muchas vicisitudes con guerras, hambrunas, epidemias o desastres naturales.

A — Si, es cierto. En Uruguay tenemos escasez de problemas. Viste que las dificultades te aclaran todo: o te fortalecen o te matan,... pero ¡qué bien que vendiste mi apartamento! No salgo de mi asombro.

B — Juntando todo lo que me decís, creo que tuve la suerte de tener muchas desgracias, la suerte de que éstas no me mataran y la suerte de que me fortalecieran. ¡Pura suerte!

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sábado, 19 de mayo de 2007

¡Basta!

Dentro de veintitrés minutos dejará de existir mi cuarta década. Dentro de unos minutos cumplo cincuenta años. Mis primeros cincuenta años como dicen los chistosos imbéciles que no se dan cuenta de que son imbéciles porque también son tarados.

Mi mujer, rectifico, la mujer que está casada conmigo —porque mía ya me aclaró anteayer que no es. «Yo soy mía y de nadie más ¿te quedó claro?» —dijo la petisa con cara de monumento ecuestre—. Retomo: la señora esa que está casada conmigo se fue a festejar el aniversario de casado de su hermano, que está casado con la yegua de su cuñada —siempre según ella, aclaro, porque para mí Betty es tan yegua como la señora que está casada conmigo—.

Vuelvo a retomar: como me encuentro felizmente solo —e infelizmente casado— y estoy en la cuenta regresiva para que se agote la cuarta década, estoy fumándome un porro que le compré a un degenerado que es amigo de mi hijo — ¿mi hijo? Este «mi» ya me está sonando transgresor. ¡Qué sugestionable que soy!—.

Parece mentira que recién a los cincuenta años yo venga a probar la marihuana. ¡Si seré castrado! ¿Cuánto he ganado con esta actitud sumisa? ¿Cuánto he dejado de perder?

No tiene un sabor especial. Hace diecinueve años que abandoné el cigarrillo —también por cobarde, porque los mismos que critican las carnes rojas, el alcohol, los rayos ultravioleta, la piel de pollo, la sacarina, el microondas y los mondadientes de eucalipto, fueron los que me convencieron de que podía aumentar la cantidad de años de vida disminuyendo proporcionalmente la calidad de vida. ¿Y qué hizo este triste empleado vitalicio ante esas amenazas? ... ¡Por supuesto! Se achicó, se contrajo, se arrugó.

Como decía, al tragar el humo no siento nada, excepto culpa, porque este consumo está asociado culturalmente al placer y todo lo que sea disfrutar es malo, es pecado, está prohibido, hace daño. Lo único bueno es sufrir, cumplir, obedecer, claudicar, tener erecciones «a pedido de la parte interesada y al solo efecto de... ».

Pero algo me dice que esto no va más. Me están viniendo ganas de mandar a todos a la mierda. Pueden irse todos juntos o separados, eso no me importa, pero lo que sí quiero es pensar con mi cabeza, pelear por mi deseo, luchar por mis ideas, defender mis convicciones, sudar en mi beneficio, protestar cuando me perjudiquen, gritar para que me oigan, ceder sólo por causas debidamente fundamentadas, serle fiel a mis anhelos, apoyar a quienes yo quiera y no a quienes otros me digan que tengo que ayudar.

¡Tanta alharaca con esto de la marihuana: ya terminé el porro y no siento nada!

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sábado, 12 de mayo de 2007

Perro que ladra, no muerTe

A Beatriz Palermo Roccatagliata sólo la atendí un martes y un jueves. La recuerdo de buena presencia, el rostro inexpresivo pero con un cuerpo muy sugerente.

Su vestimenta era escueta y consistía en un vestido totalmente abotonado al frente, largo hasta las rodillas, de una tela que se adhería a sus intocables redondeces. Entre esta adherencia y la exhibición aleatoria que surgía entre botón y botón, podría haber sido una histérica famosa si no fuera porque estaba dotada de una obsesión casi completa. «De libro», como le llamamos en la profesión a todo cuadro clínico que se parece demasiado a los casos que se hicieron famosos.

Su discurso monocorde iba y venía, con un único punto constante: su mamá. La señora Roccatagliata más que concebirla y gestarla parece que la diseñó y la bordó sobre su propia anatomía, como si la hija fuera un tatuaje en relieve. Así de refinada era la sincronía que Beatriz mantenía con los deseos y necesidades de su «mami», como acostumbraba aludirla.

La personalidad de Beatriz se parecía a un búnker de gruesas e impenetrables paredes, que también podría haber sido usado para guardar desechos radiactivos. De esos que los países que procesan energía atómica nunca saben dónde tirarlos y que finalmente los dejan a escondidas en los países más debilitados por la corrupción, abonando un pequeño soborno a los funcionarios que hacen la vista gorda.

Algo muy importante en la tarea de un psicólogo es detectar los huecos significativos. Si bien Beatriz utilizaba sus cincuenta minutos hablando fluidamente, con mucha coherencia, hasta con rigor lingüístico, el gran ausente era el tema de la sexualidad. Ella parecía un personaje histórico, de esos que nos describen en la escuela y que tienen una existencia tan prolija que realmente nos hacen sentir a todos unos seres subnormales, promiscuos, incompetentes, cobardes, indolentes e irresponsables. El sistema educativo es el gran proveedor de nuestros consultorios.

Cinco minutos antes de la llegada de Beatriz a lo que debió ser su segundo martes, me llama la mamá para decirme que mi paciente había fallecido en la tarde del domingo. Me quedé mudo. La señora continuó diciéndome que un psiquíatra forense mencionó algo de «suicidio».

— ¿Y cómo fue?— atiné a preguntar.

— Se desvistió a la salida del clásico Peñarol-Nacional. Frente a la puerta de la tribuna Amsterdam.

Fin de Perro que ladra, no muerTe.

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sábado, 5 de mayo de 2007

DEJARDINERO



A Luis nunca le interesó la escuela. Le causó mucho dolor que una mamá-maestra le diera respuestas a preguntas que él no hacía y que después le exigiera demostrar que las había escuchado. Él nunca habría inventado un juego así para divertirse con sus amigos. Esto fue forjándole la convicción de que toda persona muy alta, abusaba de su fuerza para imponerle molestias gratuitamente, sin que él se lo mereciera. En sus largas meditaciones a la hora de la siesta obligatoria, siempre llegaba a la conclusión de que ser poderoso equivale a ser malo y desconsiderado con los más débiles. Los adultos eran malos porque son poderosos y los niños eran buenos porque son débiles. Esta conclusión fue el principio número uno en su sencilla filosofía de vida.

Por el liceo sentía un rechazo alérgico porque los grandes y malvados se le presentaron en patota. Se turnaban para decirle cosas totalmente aburridas y para exigirle retener en su memoria aquella sarta de disparates que a nadie le interesaban. Tenía pesadillas con un grupo de cocineros malhumorados que obligaban a los comensales a comer de su comida sin importarle si éstos tenían hambre o no, sin tener en cuenta que ya habían tenido que comer la comida del cocinero anterior, sin importarles para nada que su comida fuera horriblemente fea de tragar, dura de masticar e indigesta siempre. A veces tenía pesadillas parecidas en las que los cocineros eran reemplazados por violadores.

El castigo que recibió por ser débil fue de doce años. Seis con una sola carcelera y otros seis con muchos verdugos. Logró cumplir la pena y salir a tiempo, por buena conducta. Tenía la suerte de ser resistente a los castigos injustos.

El mismo día en que terminó su calvario, los padres le preguntaron de qué iba a trabajar y el respondió lo que ya sabía: de cualquier cosa que sea con animales o vegetales.

Actualmente sigue cuidando plantas, gramillas, arbustos y huertas, a veces sin cobrar nada, porque los ama tanto como a Romeo, el caballo que tira de su carrito. Nadie puede creer que ya tenga ochenta y seis años y al hospital, sólo va para cortarle el césped.

Título: DEJARDINERO